Víctor Francés, protagonista de la novela Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías, es un “negro” de la escritura, es decir, “alguien que por trabajo redacta guiones y discursos para otros”, y que está acostumbrado, por su oficio, a “dejar de ser alguien”. En uno de los capítulos más sabrosos de la novela, Francés se topa cara a cara con un posible cliente, quizá el más connotado de su carrera, a quien las personas de su entorno –y el narrador también– llaman de distintas maneras: el Llanero, Solus, Only You, el Único, el Solitario, Only the Lonely, el Solo, que no está contento con quienes elaboran sus discursos. Según le revela a Francés un cercano al personaje, han probado suerte “funcionarios, académicos, catedráticos, notarios, columnistas fachas y columnistas rosados, columnistas calumnistas, poetas untuosos y poetas místicos, novelistas caligráficos y novelistas castizos, dramaturgos huraños y dramaturgos cursis, todos españolísimos, y no han quedado nunca muy satisfechos con nadie: ninguno de estos negros ocasionales se atreve a no ser impersonal y mayestático, así que el Único se aburre cuando ensaya ante el espejo en casa y también cuando lee el tostón en público, y además ya le harta que al cabo de tantos discursos y tanto reinado siga siendo tan irreconocible y neutra su voz oratoria”.

Y aunque “como negocio es mediano tirando a basura”, Francés accede a asistir a una entrevista con Only the Lonely y recibe, para ello, una larga lista de instrucciones de comportamiento, una suerte de cursillo abreviado del protocolo vigente para el diálogo con la realeza que lo hace sentirse “como en vísperas de la primera comunión”. Y ya puestos a hablar, el Solitario, además de reiterar su queja sobre los escritores que “cuando me hacen un trabajito se revisten de realeza, o de lo que ellos creen que debe ser la realeza, como pavos”, se despacha un párrafo curiosamente iluminador, desde la otra cara de la medalla, de los riesgos, inconsistencias y falacias del oficio de negro de la escritura: “Por supuesto que nadie cree que esos discursos los escriba yo, en realidad la cosa es fantástica: todo el mundo sabe positivamente que no los escribo yo, y sin embargo todo el mundo los recoge y se ocupa de ellos como si fueran en verdad mis palabras y reflejaran mi pensamiento particular. Los periódicos y las televisiones dicen tan tranquilos que yo dije tal cosa o que dejé de mencionar otra, y fingen atribuirle a eso mucho significado y alguna importancia, fingen entender entre líneas y ver oscuras alusiones e incluso reproches, cuando ellos son los primeros en saber que de cuanto yo he leído en todos estos años no soy en modo alguno el responsable auténtico ni directo (…), que a lo sumo he suscrito o hecho mías (un mero nihil obstat, no más) unas palabras que nunca son mías, sino de cualquiera o de muchos distintos o de esa cosa vaga llamada la institución, en realidad de nadie”.

Pero entendámonos. El Único es un personaje literario y rey por añadidura. Del lado de acá –del lado de la no ficción, especifiquemos–, la redacción de discursos es un trabajo más colectivo y conversado entre las partes, incluso institucionalizado en algunos lugares del mundo: en la Casa Blanca hay un departamento especial encargado de los discursos, con alrededor de 40 speechwriters. Y quizá precisamente por ello se revierte el supuesto de Only You: todo el mundo sabe que existen los negros de la escritura, pero nadie pone en duda que las palabras dichas pertenecen a quien las enuncia en público. De ahí que, en la vida real, es un grave delito de lesa majestad que el negro se envanezca en público de su trabajo necesariamente anónimo. Bien lo sabe el redactor jefe de George W. Bush que se proclamó autor intelectual de la expresión “eje del mal”, usada el día anterior por el Presidente: fue despedido de inmediato y sin más trámites. Es por eso que digo: mis labios están sellados.