Se cancela, caballero

Presentación de Gonzalo Martínez

Estoy halagado y sorprendido a la vez. Hace un mes recibí una conceptuosa carta pidiendo que presentara al próximo invitado a la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño. La verdad es que además me sentí intimidado por la solemnidad del espacio universitario, sobre todo porque esto suponía que yo era un experto, alguien capaz de hablar con profundo conocimiento de la obra de Jairo Buitrago. Aquí ha habido una confusión: yo no soy experto en la obra de Jairo. Soy su amigo, lo que es definitivamente muy distinto. Es más, me hice amigo de él antes de saber quién era. No tenía idea de su importancia en las letras y la ilustración latinoamericana, y no me enteré de la envergadura de su obra hasta entrada nuestra amistad. No me malinterpreten por favor. No les puedo ofrecer lo que corresponde a un experto: objetividad, análisis metódico, erudición organizada. Lo conozco como quien conoce a un amigo, por lo tanto hablaré desde la experiencia guiada por el accidente y el cariño y la arbitrariedad que rige todas las relaciones humanas.

Lo conocí durante la Feria del Libro de Guadalajara del 2012. Una noche, mientras cenábamos, nuestro mutuo amigo Esteban Cabezas lo invitó a nuestra mesa. No sé exactamente cómo comenzó la conversación pero sí sé muy bien en qué terminó. Hablamos de aquellas películas cuyos diálogos nos sabemos de memoria. El dibujante de historietas Gabriel Rodríguez decía que él y toda su familia se saben todos los diálogos de las tres películas de Volver al futuro, a lo que Jairo retrucó que en su familia se sabían los diálogos de la película mexicana de 1972, Mecánica nacional. Un papel de esa película, interpretado en forma muy especial por Jairo, hizo que esa velada fuese inolvidable: «Espere, amigo, no me la miente, que la traigo aquí en cuerpo presente». De ahí a recordar y alabar a los genios del doblaje mexicanos hubo un paso.

Nos volvimos a encontrar durante la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Santiago el año 2013. Nuevamente, fue Esteban Cabezas el responsable. Fuimos a almorzar locos a un restaurante cercano y volvimos cada uno a lo suyo, a nuestras correspondientes actividades en la feria. Durante esa visita, se quedó a alojar en mi casa por un corto tiempo. Yo vivo en el centro y hago una vida muy de barrio y él me acompañó a todas partes: a comprar pan y volver comiendo marraqueta calentita de la bolsa. A recorrer las innumerables galerías comerciales del centro de Santiago. A comer empanadas de queso a El Rápido, celeridad y displicencia que impresionó de grado sumo a nuestro amigo. A comer completos al Dominó, lomitos a la Fuente Alemana y gordas completas al Bierstube. Fuimos también al mercado persa a mirar cachureos y buscar revistas antiguas y, por supuesto, a comer comida tailandesa. Y a una de las esquinas del Club Hípico a tomar mote con huesillo.

Como podrán suponer durante estas idas y venidas aprovechamos de conversar de todo. Me encantaba escuchar sus observaciones acerca de nuestra habla: «Te encuentro guatón», me dijo una vez, muy divertido de explicar que esa expresión no significa nada fuera de Chile. Sonreía pícaramente cada vez que escuchaba la expresión «caballero». «¿Qué se va a servir, caballero?», «¿se cancela, caballero?». Tal era su entusiasmo que adivinaba cuándo iba a aparecer la bendita expresión y hacía la mímica a espaldas de las personas cuando la decían: «caballero». Siempre se mostró curioso de saber de qué tipo de pájaro se hablaba cuando se pedía una «cazuela de ave» y el por qué usábamos ese tan genérico «cazuela de vacuno». Se sorprendió mucho al saber que el concepto de «bebida» no incluye el agua. Hay ciertas amistades que te hacen mirarte de una manera distinta. Soy dibujante de historietas y en mi proceso creativo hago un esfuerzo muy grande por recoger elementos de mi propia cultura y ser lo más honesto posible con ellos. Cuando alguien visita tu país y te hace ver muchas características culturales propias que te eran inadvertidas y que están llenas de encanto, de brillo, de «chispeza», no queda sino fascinarte con el territorio que se te abre y agradecer a ese amigo que abrió la puerta.

Como dije antes, no soy experto en la obra de Jairo Buitrago, pero intuyo que sus libros provocan en sus lectores el mismo efecto que su amistad provocó en mí. La posibilidad amorosa de verte, de reflejarte, de recordarte, de reencontrarte.

 

El autor de libros álbum permite que la contemplación coexista con sis frases

Jairo Buitrago

 

 

 

 

Quiero agradecer que en una cátedra como esta se considere un espacio para la literatura dirigida a los niños. Vengo de un país sin una herencia gráfica notable y con una historia del libro ilustrado para niños dispersa y fragmentada, aunque interesante y rica en matices y contrastes. Igual que casi todo en mi país, salvo la violencia, que sí ha sido constante y endémica. Tema que, como verán más adelante, ha permeado gran parte de mi obra. Voy a iniciar explicando ciertas características que me interesan de los libros ilustrados y por qué me parece fundamental que sea un género editorial, un formato nacido directamente para los lectores más pequeños y cuyos valores intrínsecos me hacen pensar en un oasis de libertad creadora que no tiene igual en el saturado mercado de los libros infantiles.

El libro álbum introduce nuevas perspectivas y registros de expresión; aprovecha la expresividad que posibilita la narrativa basada en la yuxtaposición de imágenes, así como la dinámica de los decorados múltiples con desglosamiento de imágenes. El álbum, además de configurar estas imágenes para que dialoguen, contrapongan o complementen un texto, ofrece un tipo de lectura diferente. Se erige pues como un género construido exclusivamente para la niñez, dejando que el cómic conquiste nuevas plazas de lectores de mayor edad. Esto nos lleva de nuevo a pensar en la premisa de Perry Nodelman que asegura que el libro álbum fue creado exclusivamente para el lector infantil, y que a la vez remite a los cambios de públicos que generan estas literaturas de la imagen: «Pese a las necesidades recientes de un público adulto cada vez más numeroso que pide libros más sofisticados, el libro álbum permanece firmemente conectado a la idea de que su lector implícito es un niño».

El libro álbum o Picture Book, como se conoce en los países anglosajones, navega entonces cómodamente, sin ataduras previas que le remitan a la literatura adulta, porque ya los primeros ejemplos de textos con ilustraciones realizados en Alemania o en países escandinavos son esfuerzos didácticos hechos directamente para los chicos; obras que buscan introducirlos en los misterios del mundo, en la religión e incluso en los principios del razonamiento de la era de la Ilustración. Eran, en sí mismos, textos educativos y a la vez recreativos, creados pensando definitivamente en los niños y en su formación. Así lo anota Nina Christensen, directora del Centro de Literatura Infantil de Copenhague, al analizar el significado y la sensibilidad en la literatura infantil del siglo XVIII:

(…) en un contexto germano en la segunda mitad del siglo XVIII, los escritores y educadores proponían que no hubiera división entre los textos educativos y los recreativos, y planteaban la disolución de esta oposición: «Las obras deben ser a la vez textos educativos para las escuelas, libros de texto y de recreación para la lectura en privado».

Vale decir que estas premisas continúan vigentes en muchas manifestaciones de la literatura infantil contemporánea, y que por años los libros ilustrados han preservado el uso de imágenes para procurar que el lector aprenda a «leer» las representaciones visuales de un objeto. Progresivamente, el uso de lo pictórico evoluciona a la par con las temáticas, forjando al álbum como objeto cultural único y acaso irrepetible; deponiendo al texto verbal y garantizando que su aporte se nutra de otras fuentes como el cine, la plástica y, por supuesto, su compañero de viaje: el cómic.

El cambio de valores que trajo consigo el siglo XX se refleja igualmente en las temáticas, ya no dominadas por el uso didáctico o por el lema «noble y provechoso pasatiempo» de hace tres siglos. A partir de entonces se relativiza cualquier actitud paternalista y ejemplarizadora, desafiando criterios de conducta social o incluso de autoritarismo. De esta manera, se da un alejamiento de la directriz tendenciosa de determinar patrones a favor de la creación individual y, por qué no decirlo, de la creación literaria. Del «neorromanticismo» de la posguerra pasamos a una era no solo de cambio en los valores de la antigua sociedad («la imaginación al poder» de mayo del 68), sino de un cambio gráfico más pictórico y expresivo.

Autores consagrados como Maurice Sendak, Leo Lionni, Tomi Ungerer o Kveta Pacovska han contribuido a forjar un lenguaje por medio de propuestas de innovación plástica y temática. Ellos construyeron sus obras alrededor del ingenio, la poesía o la intertextualidad, como herederos no proclamados del humor de Lewis Carroll, el Nonsense de Edward Lear o la sencillez trasgresora de aquellos autores que escribieron e ilustraron sus obras antes del boom editorial que supondría el libro álbum. Estos últimos lograron un ejercicio personalísimo en ambos lenguajes, evidenciando un desprendimiento eficaz de la discursividad y la monotonía; se trata de autores como André François (Lágrimas de cocodrilo ), Reiner Zimnik (El pequeñ̃o tigre y los gángsters) y, claro está, Janosch.

Ha pasado más de siglo y medio desde la interesante propuesta gráfica que significó Der Struwwelpeter –conocido en español como Pedro Melenas–, uno de los clásicos entre los libros ilustrados didácticos, escrito en 1844 por el doctor Heinrich Hoffmann, cuya premisa «el niño sólo comprende y concibe lo que ve» permitió dar a luz un libro delirante, de ilustraciones turbadoras y modernas. Hemos visto de qué manera las imágenes fueron utilizadas pensando altruistamente en la diseminación de ideas (como el Nuevo abecedario, de Karl P. Moritz, ilustrado por Peter Haas en 1794) hasta llegar al libro álbum contemporáneo, que debe su existencia a muchas etapas creativas previas, pero también a los aportes de los modelos de libros para niños de los antiguos países socialistas de Europa y los realizados en los años treinta por dos autores franceses: Paul Faucher, quien concibió e ilustró sus Les Albums du Père Castor bajo los supuestos de la didáctica, y Jean de Brunhoff, autor de la serie Babar el elefante.

Han pasado muchos años también desde que los cómics de la Edad de Oro eran las lecturas favoritas de los chicos. Hoy en día los libros álbum pertenecen a su mundo por derecho propio, tras una evolución compleja que con el correr del tiempo se liga o se desprende de lo didáctico. Propenso como género a convertirse en un elemento decorativo, y tentado a volverse un frenético laboratorio de búsquedas e innovaciones gráficas, el libro álbum es a la vez una forma de literatura exigente, profunda y poética capaz de manejar en la interdependencia de imagen y palabra su propia soberanía. A pesar de cierta banalización, estas obras siguen siendo libros, continúan siendo literatura exigente y comprometida con el lector. Hay un trabajo constante en el cuidado de la palabra escrita, porque no estamos hablando de un simple libro de imágenes. El escritor de textos de álbum sabe renunciar, cortar, editar, permitir que el espacio para la contemplación coexista con sus frases.

En 1963 se publica Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, obra fundamental en la historia del libro álbum, además de una maravillosa exploración psicoanalítica del espíritu infantil. En esta misma década el cómic ha dejado de ser una lectura exclusivamente infantil e incluso familiar, y ha empezado a desarrollar consistencia suficiente para abordar las más variadas temáticas: la ciencia ficción, la aventura, el policiaco, el melodrama… Como forma de arte popular, el cómic no puede clasificarse con precisión, pues presenta modalidades narrativas diversas para jóvenes, niños o adultos. Es en los sesenta cuando algunos autores proponen dar un estatus literario al cómic, y sin duda van a lograrlo, como ocurre con las obras disímiles y realizadas en diferentes países de Hugo Pratt, Guido Crepax o Jean-Claude Forest. El cómic abre la puerta al tema adulto y a la vez a los estudios académicos serios a su alrededor. Por otro lado, y casi al mismo tiempo, el lenguaje de la narrativa con imágenes –incluyendo los cada vez más posicionados libros ilustrados para niños– prosigue su evolución como un género propio y autónomo, producido para lectores determinados, ya identificados. Así pues, ambos géneros seguirán teniendo en común su apuesta por una narración que utiliza dos códigos; no obstante, con el tiempo, sus caminos se bifurcarán.

Esto se corrobora en la escasa existencia de títulos específicamente adultos que se han publicado (la adaptación de Drácula de Bram Stoker por el ilustrador mendocino Luis Scafati o Animal del chileno Daniel Blanco Pantoja), o álbumes posmodernos, o aquellos libros para niños que sorpresivamente han adoptado lectores adultos –como La isla, de Armin Greder, o El pato y la muerte, de Wolf Erlbruch–, frente a los miles de títulos que conforman colecciones y fondos editoriales infantiles. Por otro lado, el cómic, ganando su mayoría de edad (como lo hizo hace muchas décadas el cine, referente ineludible de ambos géneros), va marginando lo que se hace específicamente para niños; las Kid strips se vuelven asunto de nostalgia y se extraña en la actualidad la historieta infantil. Algunos álbumes recientes, como el exitoso Emigrantes (2007), de Shaun Tan, toma prestadas las convenciones del lenguaje de los cómics para construir su narración gráfica permeada a un sinfín de lecturas, transformando su propuesta de libro álbum en una obra maestra del noveno arte.

Los temas

Es posible, tal vez, en los libros ilustrados hacer un paneo de la diversidad del mundo; en esa medida, como ocurre en muchos de mis libros, desde la escuela mostrar el enorme cúmulo de diferencias entre unos y otros, con sus formas de belleza, potencialidades, sueños o pesadillas, expresiones y la posibilidad de construir relación entre todos; evocar la persistencia, las relaciones incluyentes, la comunicación abierta y cómo la gente se las arregla para vivir en pueblos diversos, étnicos de un país que se mueve en los centros de acuerdo a las dinámicas de vida de la sociedad mayoritaria. Así mismo, las minorías son casi invisibles, pero con sueños y con la certeza de la lucha por no dejarse ganar por el paso del tiempo.

La esperanza es muy diciente, es un eje perpendicular en mi obra, aparece como una dualidad que se mueve en los colores variantes que acompañan las ciudades grises y a sus transeúntes cíclicos, inmersos en el devenir por el cual los niños y las niñas no quieren dejarse atrapar. En mi trabajo como escritor de libros para niños se asoman desde todos los rincones un sinfín de espíritus indomables, que afrontaron sin cargas estorbosas el ejercicio de la imaginación a nivel literario y a nivel visual, y no siempre ejercieron su oficio dentro del ámbito infantil. Son claros, entonces los guiños adultos dentro de estas historias, y son a mi modo de ver a veces necesarios para cohesionar argumentalmente las ideas. No obstante, la imaginación pura no basta para desarrollar una historia que interese a los niños, que pueden distraerse con facilidad y son lectores ajenos a los estereotipos. Se trata, entonces, de una búsqueda artística constante que requiere conjugar lo gráfico y la palabra, no en su justa medida sino en una constante disposición a experimentar. Hay pocas páginas en el álbum para crear un personaje verosímil, convincente y una atmósfera que haga parte activa del argumento. No tenemos el tiempo ni el volumen de la novela gráfica, ni menos del libro ilustrado más convencional.

Esta búsqueda formal y estética requiere de una conjunción de puntos de vista: la del autor que muchas veces es también el ilustrador, la del diseñador y por supuesto la voz del editor. Un trabajo amalgamador aparentemente alejado del solitario oficio de escribir, que se me antoja tan similar a una empresa de hacer una película. Enfrentar estas realidades crueles del trabajo editorial puede sacarlo bruscamente del mundo de la ensoñación imaginativa, pero ellas son, creo, el núcleo de una primera dificultad.

Los diversos lenguajes implicados en un libro álbum, donde las imágenes tengan el mismo o incluso mayor valor, en ciertos casos, que las palabras y no un texto con ilustraciones que o acompañen, se insubordinan constantemente, y a mi juicio, no deberían organizarse. Esta aparente contradicción requiere de un gran esfuerzo imaginativo para crear una totalidad integral, un libro que sea al mismo tiempo armónico y coherente pero visualmente innovador. Todo esto, sin perder la naturalidad a los ojos de un chico inquieto que se abandone desinteresadamente al placer estético de descubrir la palabra y la imagen, al simple juego de pasar y pasar las páginas.

En mis libros hay viajes y desplazamientos como en la vida. De niño leía historias donde un viaje forzado, un naufragio, una búsqueda física y espiritual procuraba la madurez y el crecimiento de los personajes. Las dificultades de este crecimiento reflejan las dificultades por entender las reglas de la vida, o de sondear su sentido. Viajando hasta mi casa en México, atravieso la larga y deprimente autopista mexiquense, bordeando las interminables líneas férreas. Sin saberlo, luego de muchos viajes de ida y vuelta, puedo ver a los migrantes que vienen de Centroamérica, a bordo de «La Bestia», el mítico y temido tren que atraviesa el país desde el sur. Y entonces a partir del descubrimiento, mis viajes semanales entre la ciudad y sus suburbios cobran otro sentido y el paisaje ya no es el mismo. Los migrantes están ahí a unos metros, muchos de ellos son niños que viajan solos, sin familia. El paisaje no es amable, la situación, como podemos imaginar es tensa y peligrosa. Yo lo que puedo captar desde mi situación de simple observador son solo resquicios, instantes. Así nace mi álbum ilustrado Dos conejos blancos publicado originalmente en inglés (Two Withe Rabbits) por Groundwood Books. Allí develo el trasfondo del viaje, pero no me detengo en un análisis de la situación social, me interesa la actitud del personaje frente a su realidad marcada inevitablemente por la política, concentrando la narración en la relación padre-hija, una pequeña familia con dificultades como cualquier otra, maximizadas por la situación límite, pero con los espacios serenos e íntimos que marcan el ritmo del viaje y del relato. Cada uno de mis libros es entonces un instante del viaje, una parte del todo que funciona independientemente dentro de una vida.

Eloísa y los bichos es el viaje del migrante también, pero no es un espacio geográfico reconocible. El recorrido urbano de algunas calles de la niña y el león de Camino a casa es un viaje épico, con los mismos descubrimientos y decepciones de un camino más largo. La distancia a veces no importa, como ocurre en el álbum Casi todos los días, donde los fuertes contrastes de la vida diaria aparecen cruzando apenas la calle o en casa del abuelo.

Los instantes son importantes para mí, aprovechar el corto espacio de un álbum ilustrado requiere construir personajes convincentes en pocas páginas, apenas treinta y dos o cuarenta o acaso menos. No obstante la aparente seriedad de los temas (que en los medios académicos catalogan como «difíciles»), estos ejemplos se rigen por lo mismo: he buscado en los libros para niños espejos que reflejen su universo y no espejismos. Cuando inicié mi trabajo en la literatura, y especialmente en los libros con imágenes, tuve a mi lado a un ilustrador talentoso que contaba con la experiencia que yo no tenía. Lo que reflejaba Rafael Yockteng en sus trazos particulares era precisamente un mundo propio. Además, sus dibujos estaban hechos (y esto a veces choca con los estilos vanguardistas de muchos álbumes actuales) con una técnica correcta, depurada y realmente muy amable con los lectores más jóvenes. Pero lo más importante, al hermanar su trabajo con mis textos, los encontré capaces de concentrar en ellos lo genuino de la espontaneidad.

Alguna vez afirmé –en mi primera vez en Chile presentando Camino a casa, un libro muy importante para este país tan querido para mí y que cito porque considero que resume de alguna manera el estado de las cosas al abordar temas, tratamientos y líneas argumentales en mi trabajo–: Mis libros pueden ser interpretados como una alegoría política, pero también tienen una lectura intimista. Este libro ilustrado es una historia emotiva, que no elude la fantasía, pero que tampoco renuncia a mostrar realidades a los niños. Muchas de mis temáticas pueden pensarse adultas: la nostalgia, la crítica social, el mismo marco social en el que pongo a vivir a mis personajes. Son guiños adultos, porque son ellos los que compran los libros y porque yo también soy adulto. (Marín, Graciela, Jairo Buitrago, autor infantil: «Mis libros son alegorías políticas», La Tercera, 2012, 61.)

No obstante esto, cada libro busca una liberación como autor de los lastres impuestos por un mundo regido por gente grande. Esta es una de las paradojas constantes en este oficio. También por supuesto asumo el impacto directo en la vida cotidiana de los niños de la convulsa historia política que los rodea, con total intención, como en Un diamante en el fondo de la tierra, publicado en Chile bajo el sello Amanuta, que recorre el drama del exilio político durante la dictadura. Genero entonces una lectura particular del trauma histórico y una historia familiar. Este relato no pretende ser estereotipadamente infantil en ningún caso, no intenta suavizar lo terrible de los hechos, pero sí propone una perspectiva natural y emotiva sobre lo que un niño observa sobre su abuelo, y que cruza su historia familiar. Sabremos que hay cosas que su abuelo no puede nombrar, como aquel incidente en el que fue detenido y subido a un camión, relato que es contado por su madre (también testigo y víctima de la violencia en su niñez). Y es en aquel suceso en donde vemos cómo el niño se acerca a una noción de veracidad sobre los hechos, aquellos que para él eran desconocidos pero que nunca dejaron de estar al interior de su familia. (Hinojosa, Hugo, La reconstrucción de la memoria en Un diamante al fondo de la tierra de Jairo Buitrago y Daniel Blanco, 2016, Umbral, 6, 13- 22).

Hacer ficción histórica también es un tema difícil si se quiere. No olvido que nací y crecí en un país que ha tenido nueve guerras civiles consecutivas desde el siglo XIX. Nuestros abuelos y bisabuelos vivieron guerras similares a la que mi generación vive ahora. Abordar las vicisitudes de la historia en las personas comunes parecía inevitable, pero llegó a mí por imposiciones editoriales. No obstante, es algo que agradezco como autor. No solo las guerras, sino los esfuerzos de las personas por forjar una nación, me atraen como tema. Lo abordo en El primer día, álbum publicado en 2010 por Alfaguara, donde plasmé un cuadro intimista de las familias separadas por la guerra de 1819, como si de una familia colombiana contemporánea se tratara. Un álbum que puede tener (a veces pienso que tristemente) una lectura que obvie la perspectiva del tiempo. El mismo interés sigue en Los irlandeses, un relato de aventuras ubicado históricamente en las campañas independentistas, en donde el héroe afronta también su camino de crecimiento en un viaje interminable. Este libro podría leerse como una revisión de El primer día, porque coinciden en la historia, pero el tratamiento de la violencia bélica se hace más directo, no tanto porque piense en lectores de otra edad sino por mi propia evolución como autor. La trilogía de la guerra termina con Retrato de niñ̃os con bayonetas cuyo diciente título enmarca una acción en la primera guerra «moderna» que tuvo Colombia: La Guerra de los Mil Días (1897-1902) tiene una lectura contemporánea en un país donde las cifras de reclutamiento de menores son alarmantes y poco denunciadas. El título viene de una foto histórica que muchos colombianos reconocen, la imagen en blanco y negro de tres niños combatientes con las bayonetas caladas al hombro y unos uniformes raídos que miran (o nos miran) tristemente bajo la lente de un fotógrafo francés anónimo que cubría la guerra en Panamá. Estos son algunos ejemplos, pero claro, no he escrito nada nuevo, las vicisitudes del niño inmerso en dificultades políticas, sociales y económicas han existido desde siempre en la literatura infantil.

He procurado romper con estas narraciones el marco de un único plano y enfrentar con este viaje, metafórico o no, a lo inmóvil. Los temas deberían presentarse en forma dinámica,  sobrepasar la simple belleza de la ilustración y armonizarla con la contundencia narrativa. Jamás he podido responder directamente sobre las temáticas de mis libros y es un trabajo arduo y continuo buscar una narrativa donde pueda expresar los sentimientos de la pérdida y el abandono sin llegar a señalarlos. La decepción y la ruptura con la infancia pueden aparecer como sombras en mis libros, pero no antagonizan, de manera que ya sea en los temas cotidianos de Camino a casa, El mar o Los aeropuertos o en situaciones llevadas al límite como en Dos conejos blancos o Eloísa y los bichos, recupero un sentido optimista de ver la vida. Esto es, una búsqueda móvil de la felicidad.