Los intelectuales suelen criticar a los medios masivos. Cuando más venenosos son sus dardos es cuando se trata de la televisión. Lo consideran el medio bastardo por excelencia. Que estupidiza a las masas, que nivela hacia abajo. Opinan que los periodistas que allí trabajan son completamente tarados y apenas saben hablar. Y lo que más indigna a la elite bienpensante es que se trata del medio con mayor penetración. El medio por el cual se informa el 90% de los chilenos.

Cuando se trata de la prensa escrita, los defensores de la diversidad y la libertad de expresión critican que sólo dos grandes conglomerados, cuyos propietarios son empresarios de derecha, “duopolizan” la pauta noticiosa. Consideran inaceptable que cada una de las páginas de esos diarios contenga una agenda marcadamente antioficialista.

Pero existe un medio masivo que siempre se salva de los reproches. La radio aparece como el medio perfecto: segmentado, creíble, comunitario, cercano, gratuito, “customizable”, musical. A diferencia de los canales de video por Internet que amenazan el reinado de la televisión, cualquier experimento radial on line aún ni se acerca al efecto que produce prender un aparato de radio y recibir la señal. La radio utiliza una técnica de comunicación básica, requiere de muy poca tecnología y el espectro radioeléctrico de transmisión permite que haya cientos de actores en un mercado que aún conserva cierto aire provinciano. Cualquiera tiene una radio. Sigue siendo el más democrático de los soportes. Se escucha en todos los rincones de la patria y es, por lejos, el medio de comunicación más respetado y de mayor credibilidad.

Mi obsesión particular es sintonizar las radios locales de cualquier pueblo o ciudad a la que voy. Es la forma más eficiente de hacerse una idea de sus habitantes. El resultado puede ser un poco deprimente si el programa o la continuidad local son sólo una copia de los malos programas hechos en Santiago; esos de tono divertidillo y faranduloide. O puede ser una experiencia edificante si su programación traspasa el orgullo de la cultura local con comerciales y secciones sobre los productos y servicios que la hacen grande.

Para cualquier comunicador social, pero sobre todo para alguien que trabaja en televisión, la radio no sólo es un desahogo, un lugar prácticamente sin límites donde se puede comentar con largueza lo que en la tele sólo se puede mencionar. La radio es además el lugar de la entrevista perfecta. Por ejemplo, un vocero parlanchín puede con facilidad monopolizar el tiempo de entrevista en televisión. En la tele, hay una formalidad que te impide interrumpir o retrucar con excesiva rapidez, es una característica propia del formato. La entrevista radial en cambio, se produce en total horizontalidad. Ese mismo vocero parlanchín entrará al estudio de radio con mucha mayor cautela. Sabe que vivirá un cara a cara en vivo y en directo y que sus argucias, que tan bien le funcionan en la televisión, no tendrán el mismo efecto. En el fondo, cuesta menos hacerse el choro en la radio con aquellos que se quieren pasar de listos.

Otra de las virtudes de la entrevista en radio es que apenas admite intervención. A diferencia de la prensa escrita, la selección e interpretación es prácticamente nula. Lo que se dice sale al aire y todo se juega en una cancha sin más reglas que las que impone un espacio en vivo.

Y habría que agregar otra ventaja que parece frívola pero no lo es. Ya decía yo que ciertos notables desprecian los medios masivos pero hacen una excepción con la radio. Y eso, para la producción de entrevistados, es un alivio. Es más, muchos personajes llegan al estudio de radio encantados de la vida, casi sin resistencias. Para un periodista, acostumbrado a que lo miren como el pariente pobre de las ciencias sociales, es un pequeño golpe al ego que académicos, políticos y premios nacionales –gente tan reacia al halago en general– te traten con cierta admiración y respeto por ser la dueña del micrófono. Y en muchos casos la admiración termina en envidia. No podría contabilizar las veces en que un entrevistado me ha confesado lo mucho que le gustaría tener un espacio en la radio.