Que un crítico reconozca que se equivocó es tan raro como que sus criticados admitan que acertó. He sido conminado a poner en evidencia mis metidas de pata más antológicas en estos nueve años frente al televisor y accedí porque un crítico vive del error, por cierto del ajeno, pero sobre todo del propio. Ser un crítico ya es un error en sí mismo, un fracaso sobrellevado con una entereza rayana en el autoengaño: hay pocos oficios más despreciables que evaluar a un grupo de gente sin tener la menor intención de saltar al escenario y demostrarles el modo correcto de hacer su trabajo. Un crítico no tiene mayor idea de cómo traspasar a la praxis la teoría y la subjetividad desde las que está atrincherado. ¿Cuántas películas ha dirigido Passalacqua? ¿Cuántos recitales ha ofrecido Paula Molina? ¿En cuántos programas de TV he participado yo mismo? En uno, “SQP”. Demostrado el punto. He dividido mis chambonadas preferidas en cuatro categorías: programa, pronóstico, figura, distracción imperdonable y error de edición.

Programa: Mekano
En un principio fui muy duro con el programa de Viñuela. Parecía algo personal (ellos o yo), pero en el transcurso de mi carrera de crítico el diario en que trabajo experimentó un giro radical hacia la farándula y en un momento dado yo parecía un predicador en la Plaza de Armas, rodeado por prostitutas, narcotraficantes y ebrios (no lo digo por mis compañeros del diario, la metáfora busca graficar que estaba a contrapelo del nuevo enfoque que adoptó LUN). El punto de inflexión fue el 1 de septiembre del 2002 cuando, a instancias de mi entonces jefe René Naranjo, escribí una columna titulada “¿Qué tiene Viñuela que no tenga yo?”.  Ese mismo día dejé de condenar la estupidez y me uní a ella.

Pronóstico: Margot Kahl
Una pifia garrafal protagonicé cuando partieron a la par en Canal 13 Margot Kahl (“Por fin es lunes”) y Cecilia Bolocco (“Aquí se pasa mundial”). Le jugué todas mis fichas justo a la animadora que estaba a punto de sepultar su carrera televisiva (“Por corazonada, me quedo con Margot”, 23 de mayo del 2002). Nunca más volví a hacerme el vidente, lo mío es ser televidente.

Figura: Antonio Vodanovic
Le extendí un certificado de defunción prematuro al canoso animador el 11 de agosto de 2004 (“Cayó el último dinosaurio: Canal 13 sacó a Vodanovic del Festival de Viña”). Llegué a decir que trabajaba seis días al año. Después del paso del “huracán” Montaner por la Quinta Vergara escribí gustoso que las palabras que le había dedicado a Vodanovic “me las como con kétchup”.

Un blooper: Chile elige:
Lo de “Chile elige” fue una zancadilla del destino, un escándalo mayúsculo. No ocupó la portada de LUN, pero sólo porque con los años ellos me han terminado tomando cariño. Estaba tan presionado por la hora de cierre del suplemento “Primera fila” (15 de septiembre de 2006, “Algo huele mal en TVN”) que me bloqueé y no reparé en algo obvio y que incluso consignaban mis apuntes: que las categorías que llegaban al programa de “Chile elige” eran decididas por una votación del público realizada durante las semanas previas. Me pregunté en el comentario, estentóreamente, casi desafiante, por qué Eduardo Domínguez no designó a Mandolino y sí a Ruperto entre los top ten de los humoristas chilenos o por qué no estaba Martín Vargas entre nuestros 10 ídolos deportivos más señeros. La productora Paz Egaña me puso en mi lugar con una carta al director tan sanguinaria como justiciera.

A mí que me registren
Quise incorporar esta categoría, la “Error involuntario” (suena tan absurdo como “asesinato mortal”) para demostrar que muchas veces un estropicio escrito es producto de una acción colectiva. Cierta vez, a fines de los 90, comenté un espacio de modas del cable y rematé con algo que me pareció de lo más ocurrente: “un programa como Dior  manda”. El editor de entonces creyó estar enmendando lo que identificó como un evidente error de tipeo y me lo cambió a “un programa como DIOS manda”. Errar es humano. Y está visto que los periodistas somos un gremio que rebosa humanidad.