Mantiene el término humor cierta condición de concepto inaprensible, casi mágico. Cualquier intento de definición, sea poética o práctica, topa siempre con tal número de excepciones que rebajan su utilidad a lo anecdótico. Se trata del mismo fenómeno que encontramos en muchas otras grandes palabras como arte, amor o dios, y tiene la misma evidente explicación muy alejada de las pretensiones de intangibilidad metafísica con la que a veces se nos presenta. Sucede, simplemente, que con la misma palabra acostumbramos aludir a varios procesos, quizás relacionados de algún modo, pero en el fondo tan diferentes entre ellos que la definición rotunda que los acoja a todos con comodidad se resiste.

Advierto, pues, que la definición que propongo del humor es, más bien, una definición del discurso humorístico. Es decir: aquel tipo de humor que crean los seres humanos con esa voluntad. No me refiero al humor que podemos encontrar en la situación de ver a un transeúnte golpearse contra una farola por la calle, a la risa que nos produce el espontáneo eructo de un bebé o a ese instante en el que sonreímos y levantamos una ceja al contemplar determinada indumentaria que consideramos ridícula pese a que la persona que la luce no lo haga con intención cómica.

En esencia sostengo que el humor, entendido como discurso humorístico, es una forma de comunicación consistente en transmitir un mensaje obviando porciones de información necesarias para su comprensión pero que, sin embargo, el receptor ya conoce de antemano. De esta forma, el receptor rellena los huecos gracias a sus propios conocimientos y la resolución del acertijo le produce una sensación placentera, característica y subjetiva que llamamos gracia, y que puede llegar a manifestarse mediante la risa o la sonrisa.

Consecuencias y propiedades

Si, por falta de habilidad mental, de experiencia o de conocimientos, el receptor no consigue rellenar las piezas que le faltan al mensaje, no será capaz de comprenderlo. Se dice, entonces, que «no ha pillado el chiste» o que «no lo ha entendido». Si el receptor sí que es capaz de solucionar el acertijo, pero no obtiene esa sensación placentera, se suele decir que es alguien «sin sentido del humor». Aunque también es posible que el receptor que ha comprendido el mensaje no obtenga satisfacción alguna debido a que ha escuchado anteriormente el mismo chiste. Porque, de la misma forma que no nos produce ninguna diversión solucionar un crucigrama que ya hemos rellenado, un chiste que ya escuchamos hace un tiempo y que recordamos bien no puede producirnos gracia si ya lo resolvimos en otra ocasión.

El receptor también puede estimar que el chiste «no tiene gracia» debido a que adivinó con demasiada facilidad las escasas porciones obviadas. De hecho, cuantas más porciones de información se escamoteen del mensaje, más difícil resultará de solucionar y menos personas serán capaces de conseguirlo, pero será percibido como «un chiste más gracioso» por aquellas que sí consigan descifrarlo. Del mismo modo, cuantas más personas sean capaces de entender un chiste, menos gracioso será porque mayor cantidad de receptores lo considerarán fácil de solucionar.

El grado de dificultad es una de las decisiones esenciales del humorista en la creación de un chiste: debe elegir ser muy gracioso para pocos o muy poco gracioso para muchos. O un nivel intermedio, quizás. Pero un chiste que entiende todo el mundo no es un chiste, es un comentario, ya que para su comprensión en ningún caso son necesarias las porciones de información que se obviaron. Para encontrar toda la gracia de un chiste suele ser necesario compartir la cultura de la persona que lo emite.

El humor como forma de comunicación tiene la propiedad de transmitir datos y opiniones con gran inmediatez y con mayor capacidad de difusión que el mensaje no humorístico. Por eso, debido a esta característica, cada vez es más empleado no solo como simple entretenimiento sino también cuando interesa propagar una idea o vender un producto en áreas en principio más áridas que el ocio, como la política o la publicidad. Como el receptor debe involucrarse para concluir lo que se insinúa, esta participación en el resultado final suele hacerle sentir implicado y animarle a replicar lo escuchado haciéndolo llegar a nuevos receptores. Recordemos, además, que en la conclusión se obtiene una cierta dosis de placer y esto hace que cualquier información divulgada de modo humorístico se reciba con mejor predisposición que la propaganda tradicional.

Otra de las propiedades del humor es que casi siempre hace ver las cosas desde distintos puntos de vista, porque el chiste rara vez es un mensaje cerrado por completo. El receptor del mensaje debe dar vueltas a distintas opciones y, aun cuando la solución que encaje en la premisa sea solo una, en este proceso se verá obligado a observar las cosas desde distintos ángulos. No es casualidad que las religiones o los idearios totalitarios que procuran imponer un pensamiento único sean los mayores enemigos del humor.

Sin embargo, en esta misma característica poco cerrada del humor también se encuentra su mayor defecto como sistema de transmisión de mensajes. El humor es un tipo de comunicación muy inexacto. Ante un mismo chiste se pueden deducir conclusiones muy diferentes. En ocasiones, el humorista puede reforzar de forma consciente con fines artísticos esta particularidad que asocia al humor con la poesía, pero el político o el publicista que no controlen firmemente los mecanismos de elaboración del chiste pueden encontrarse con lecturas no deseadas, alejadas de las pretendidas.

Mecanismos

En la elaboración de un chiste, para conseguir que el receptor sea capaz de deducir la información escamoteada, se utiliza siempre una serie de estructuras que denomino mecanismos que son comunes a todas las culturas. Muchos mecanismos son lo que tradicionalmente se han llamado figuras retóricas, pero no todos. Un chiste tiene que contener al menos un mecanismo, pero se percibe como «mejor chiste» si contiene más de uno. Un chiste que contiene un solo mecanismo que resulta evidente es lo que llamamos «chiste malo».

Algunos mecanismos son el acertijo visual, el juego de palabras, el equívoco, la comparación, la hipérbole, la ironía, la ironía inversa, la contradicción, la desviación del discurso, el razonamiento perverso y el contraste de registros.

El acertijo visual aparece únicamente en medios visuales, como el chiste gráfico: en él, la información escamoteada se señala directa o indirectamente en la imagen.

En el equívoco el receptor del chiste conoce, o se le ha hecho saber, información de la que no dispone o que ha sido mal evaluada por el personaje protagonista.

En la comparación incluyo no solo la comparación según su definición clásica de figura literaria sino, también, todos los tropos: metáfora, alegoría, metonimia, sinécdoque…

La ironía es afirmar algo que no creemos cierto, pero dando a entender mediante el tono, el contexto y, muy a menudo, cierta tendencia a la hipérbole que no pensamos de verdad lo enunciado.

La ironía inversa es decir algo que sí que consideramos cierto, pero de tal manera que nuestro tono, el contexto inoportuno y el exceso de sinceridad obliguen al interlocutor a considerarlo una broma.

En la contradicción se afirma algo que datos evidentes, presentados o solo insinuados en el mismo enunciado, rebaten con rotundidad.

El razonamiento perverso llega a una conclusión absurda a partir de un desarrollo con apariencia de racional, pero con un pequeño fallo lógico en la deducción que hay que rastrear.

El contraste de registros consiste en utilizar lenguajes o formas características de un entorno en otro al que no pertenecen. Por ejemplo, radiar una receta de cocina con tono y modos de locutor deportivo o escribir una carta de amor con el formato de una solicitud administrativa.

Condimentos

Los condimentos son ciertos contenidos que se incorporan a la forma del chiste dada por los mecanismos y que refuerzan su condición de gracioso. Pueden clasificarse en tres categorías principales: tabús, cercanía y ruptura de protocolos.

Los tabús dependen de las culturas. En la occidental, suelen ser: la muerte, discapacidad o enfermedad, el sexo, las religiones, las drogas y la escatología. Pero en aquellas comunidades en las que, por ejemplo, exista una permisividad sexual social elevada el sexo no funcionará como condimento.

un chiste que entiende todo el mundo no es un chiste, es un comentario, ya que para su comprensión en ningún caso son necesarias las porciones de información que se obviaron.

Los condimentos de cercanía son la actualidad y la pertenencia al grupo. Una misma estructura de chiste se percibe como más graciosa si incluye referencias a la actualidad social del entorno del receptor o remarca su pertenencia a un grupo ideológico, de gustos culturales, de índole nacional, de edad, deportivo, etc.

La ruptura de protocolos puede ser de dos tipos: social y del propio medio. La ruptura de protocolos social describe cualquier comportamiento que infringe las normas establecidas en determinado entorno social. La ruptura de protocolos del medio hace referencia a aquel mensaje que trasciende los límites habituales de los códigos de su medio, como cuando un personaje de una película se dirige a los espectadores o uno de historieta es capaz de ver los bocadillos de texto.

Un chiste que no tiene mecanismo alguno pero que sí tiene condimentos no es un chiste, aunque puede apreciarse como un comentario humorístico.

Un chiste que a uno o más mecanismos incorpora condimentos de muerte, enfermedad o discapacidad es lo que llamamos humor negro.

Un chiste que se estructura con uno o más mecanismos pero carece de condimentos es lo que llamamos humor blanco.

Configuraciones

El mote, la broma, la caricatura, la parodia, el tuit gracioso, con o sin gif animado, la pintada burlesca de retrete, el chiste gráfico, el chiste oral popular, el meme, la greguería, la leyenda ingeniosa sobre camiseta o la viñeta de humor gráfico son diversas manifestaciones de la configuración elemental del discurso humorístico: el chiste. Y, por tanto, se nos presentan todas ellas según las reglas y estructuras descritas.

Estructuras más complejas como el monólogo de cómico, la cuenta de Twitter humorística, la canción bufa, la comedia literaria o audiovisual son, en realidad, colecciones de chistes que pueden agruparse en torno a un tema, sucederse en base a simples disculpas dialécticas o imbricarse entre ellos de maneras más complejas que exceden la intención de este texto, que sintetiza mi modesta teoría sobre la construcción del discurso humorístico.