Las entrevistas han llegado a ser cruciales en los programas informativos. Básicamente, tienen dos objetivos: provocar reacciones y buscar comentarios, funciones que a menudo se superponen. Las entrevistas en busca de hechos predominan cuando los sucesos periodísticamente interesantes acaban de ocurrir. Los espectadores o los oyentes escuchan a un policía, por ejemplo, dando informaciones sobre un crimen que se acaba de cometer, o los que han prestado socorro cuentan lo que ha ocurrido en el accidente o la catástrofe de turno; mientras que las entrevistas que buscan el comentario se suelen hacer a expertos, personajes conocidos u otras figuras claves en la formación de la opinión pública, para que den su visión de los hechos, o simplemente los expliquen. Con los responsables políticos, por ejemplo, se suele buscar, presionándolos, que justifiquen sus decisiones.

En los comienzos de la radiodifusión estos dos tipos de entrevistas eran totalmente diferentes, ya que los entrevistadores de personajes públicos, especialmente de los políticos en ejercicio, debían mostrar un respeto sumiso, que contrasta con la actitud actual, casi de interrogatorio a los entrevistados. Este cambio ha provocado que los políticos de los regímenes democráticos se quejen de que la televisión y la radio han suplantado al parlamento como foro del debate político nacional.

La réplica de los profesionales de los medios es que la experiencia y la preocupación de los líderes políticos por su imagen pública les ha hecho evasivos, sin contar con que los supuestos debates políticos parlamentarios o en el seno de los partidos no son tales o no se corresponden con los debates que preocupan a la ciudadanía. Evidentemente, el estilo de las entrevistas depende también de diferencias culturales, con lo que varía de unos países a otros, pese a lo cual las similitudes son, hoy en día, mayores que las diferencias.

La entrevista radiofónica es una de las herramientas más eficaces porque cuenta con una estructura narrativa, marcada por un cuestionario que busca coherencia cronológica, o bien relacionada con un tema que va de lo más simple a lo más complejo. La entrevista se puede plantear como un embudo dependiendo de las circunstancias. Si es un entrevistado difícil, partimos por el lado más ancho, es decir buscamos un acercamiento humano con el entrevistado. ¿Intendente, cómo está el día el Puerto Montt? O bien: disculpe que lo hayamos sacado del curanto para preguntarle sobre…Y de ahí nos lanzamos con preguntas más duras. Al revés, si partimos preguntando con dureza, terminaremos con un tono más amistoso, para dejar abierta la posibilidad de otra entrevista si las circunstancias así lo requieren.

Siempre es necesario preparar un cuestionario, y por supuesto documentarse para enfrentar al entrevistado. Así se evitan chascarros. Si somos equívocos, el entrevistado nos puede corregir la pregunta y se cambia el eje de atención para el público. Por ejemplo si le decimos al Ministro del Interior, ¿usted que fue ministro del Presidente Frei Montalva, qué siente cuando…? Y él nos dice: Perdón, yo no fui ministro de Eduardo Frei Montalva, fui ministro de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, mi padre fue ministro de Frei Montalva. Así quedamos como desubicados, mal informados y desprolijos en nuestro quehacer profesional.

En mi trabajo como conductor del Diario de Cooperativa, realizo cuatro entrevistas al día, que en los años transcurridos suman más de 28 mil. Desde presidentes de Chile y de otros países hasta modestos ciudadanos han pasado por los “cuestionarios” matinales, lo que constituye, sin duda, una experiencia muy rica para un periodista. Aún sigo esperando, sin embargo, hacer la mejor entrevista de mi vida.