Mi muy estimado teniente coronel Macías, para su notificación y archivo:

Espero que al recibo de la presente se encuentre bien; mi intención no es la de importunarlo, por el contrario.

El campus universitario era tal como se me informó, aunque yo me lo había imaginado distinto. Con el fin de realizar un primer reconocimiento, y no sin antes raparme la cabeza y caracterizarme, se me depositó en las afueras del recinto a las 10 am y, con la gracia de Dios, que me abrió sus puertas, ingresé a él a eso de las 10.25 am en medio de una horda de estudiantes que escapaba del carro lanza agua y las bombas lacrimógenas. Me guarecí detrás de una pandereta e hice uso de un limón que me fue facilitado por los mismos jóvenes que se encontraban en el inmueble. No podía ver, pero escuché más cerca los tambores y gritos, mi teniente coronel, y supe que había entrado. Mi primera gestión dentro fue identificar al líder. Todos los jóvenes utilizan el mismo tipo de indumentaria, similar a la que me fue proporcionada y consistente en chaqueta verde olivo, polerón canguro, zapatillas Nike y pantalones jeans. Tras un primer vistazo general al patio, se hubiese podido decir que ningún sujeto ahí era especial y/o importante, pero sabía que, gracias a mi diligente entrenamiento y mediante la observación minuciosa de quienes interactuaban en el lugar, establecería a los individuos más prestigiosos, por lo que solo quedaba observar.

Carla Muñoz

Ese mismo día, un grupo de jóvenes organizaba una actividad de camaradería llamada «tallarinata », consistente en una olla común. Al acercarme, recibí el saludo de una joven de tez morena, contextura normal, estatura de entre 1,60 y 1,65 centímetros, pantalones jeans, chomba roja y zapatillas modelo Converse. Aparentemente no tenía cicatrices ni marcas, pero pude ver un tatuaje pequeño e indescifrable en el reverso de su muñeca. Este suboficial mayor consideró su saludo una invitación al intercambio: con la excusa de recibir un plato de tallarines con salsa, entablé con ella una conversación. «Nunca te había visto por aquí», dijo. Respondí encogiéndome de hombros y con esa respuesta le bastó. Su belleza y desplante me hicieron pensar que se trataba de la novia de uno de los dirigentes. Estaba enterada de todo en la toma. Fue gracias a ella que supe de la asamblea que se celebraría esa misma tarde, ella me invitó.

Temperatura y estilo de vida

El clima condiciona la vida de los jóvenes de manera importante. Utilizan estufas a gas para calefaccionarse, pero no son suficientes. De día, el adminículo más preciado es el termo. De noche, el guatero. Bastantes discusiones por el Nescafé y los sobres de Sopa Para Uno. La desaparición de un hervidor de agua esta mañana ha generado enorme inquietud: los «guevaristas», agrupación que se identifica con una estrella roja prendida en el pecho, culpan a «los troskistas», la facción menos popular en el recinto. Respecto de este tema también conversé con una joven junto a la olla: parecía enojada por el trato que le daba otro de los jóvenes. Tiró un plato al suelo. Su actitud me pareció reprobable: no podía controlar sus impulsos, nada ni nadie dirigía sus actos. Una mujer como esta me parece muy peligrosa: irracional y bonita, utiliza su belleza como un arma al servicio de sus ilógicos objetivos. Decidí acercarme estratégicamente a ella y averiguar cuál era el problema, a lo que contestó que estaba aburrida de ser juzgada por «troska». Se identifica con el nombre de Gabriela Soto. Contextura gruesa, pelo teñido color rojo, ojos azules, estatura aproximada de 1,70. Le pregunté entonces si acaso pertenecía al grupo de los denominados «troskistas» y su negativa fue rotunda: «He trabajado con ellos. Pero trabajar con ellos no es lo mismo que ser troskista, ¿o sí?». Ya sabe usted lo que pienso yo sobre esto, mi teniente coronel. Lo mismo que usted.

Léxico

Los jóvenes trotskistas también son llamados «troskos» o «la ultra». Asimismo se logró determinar otras terminologías como: «compa», apócope de «compañero» utilizado para referirse al prójimo sin importar su género, y «amarillear», para señalar actitudes o dichos de otros que se alejan de la ideología marxista de izquierda y se acercan al sentido común.

Todavía buscando al líder del movimiento, me senté en el patio central del campus a observar, cuando de pronto me vi envuelto por un grupo de aproximadamente diez jóvenes, quienes quisieron entablar conmigo una conversación y para esto se sirvieron de la excusa de ofrecerme mate y malva choc. Acepté sin dudar por ser estos, respectivamente, la bebida favorita de mi abuela y los dulces favoritos de mi infancia, los mismos que repartían en el templo los sábados. Pero estaba equivocado en una denominación. Así fue como me enteré: dicen «santita» para referirse a la planta de cannabis sativa en su estado puro y «malva choc» si se trata de marihuana de tipo prensada. Habiendo aceptado el ofrecimiento, y por pasar desapercibido, efectivamente tal y como se dice, recibí el cigarrillo de marihuana prensada «malva choc», pero solo simulé fumar, mi teniente coronel, por unirme a los jóvenes con los que me encontraba. Tras esto, pasamos unas horas de risas y distensión, esperando la gran reunión de esa tarde. La señorita Carla Muñoz no tocó el cigarrillo.

Asamblea

La asamblea se efectuó a eso de las dieciséis horas del mismo día en el patio central del recinto. El tema a discutir era «la inactividad ante la contingencia » y «la necesidad de movilizarnos». De nuevo, dificultad para identificar a un cabecilla: todos los jóvenes visten ropa similar. Asimismo, se pierde mucho tiempo en conversaciones, es una práctica molesta. Todo el que quería podía dar su opinión, no parecía haber un orden hasta que, para mi sorpresa, fue la señorita Carla Muñoz quien se paró sobre un escaño y habló frente a toda la concurrencia.

(…) No podemos quedarnos de brazos cruzados, los compas de La Universidad De Al Lado están organizados hace rato y nosotros seguimos discutiendo cosas que son secundarias. Lo que yo creo es que deberíamos plegarnos al trabajo que se está haciendo en La Universidad De Al Lado y dar cara ante las necesidades de nuestros compañeros.

Tras estas palabras, la emoción fue aumentando entre los jóvenes. Espontáneamente y exaltados por la arenga de la señorita Muñoz, quien resultó ser la presidente de la Federación de Estudiantes, se organizó una pequeña marcha con el fin de interrumpir el tránsito vehicular en los sectores aledaños a la universidad. Agradecí a Dios la casualidad de haber sido Carla Muñoz la primera persona con la que interactué dentro del recinto, aunque no creo en casualidades. Luego me acerqué a la dirigente para obtener más información y junto a ella y otros dos jóvenes de entre diecinueve y veintitrés años, ambos de tez morena y contextura media, sin marcas ni cicatrices aparentes, concurrimos a la sede de la Federación de Estudiantes, donde recogimos lienzos y tambores para salir a la calle.

Marcha

A las diecisiete horas me encontré nuevamente fuera del recinto universitario. El primer carro apareció veinte minutos después. Cuando hubieron pasado treinta, ya se encontraban en el lugar tres vehículos antidisturbios de carácter lanza agua y un contingente de aproximadamente cincuenta suboficiales. El grupo a combatir estaba conformado por un número aproximado de veinte jóvenes que, sin portar armas y a rostro descubierto, caminaron por la calzada norte de la Avenida Libertador Bernardo O’Higgins a la altura del metro Los Héroes. Fue en ese momento, en la esquina de Almirante Barroso, en el que fui retenido por el suboficial menor Lagos, a quien notifiqué mi identidad inmediatamente, pero hizo caso omiso. Con golpes de luma y pies, fui conducido al interior de su vehículo, donde se mofó de mis intentos por aclarar el asunto, argumentando que era imposible que yo fuera suboficial mayor de Carabineros pues ni siquiera llevaba el corte de pelo de uno. Respecto de lo que se dice entre los suboficiales de la rama, quisiera aclarar que efectivamente incurrí en la falta al reglamento de marchar junto a un grupo de al reglamento de marchar junto a un grupo de manifestantes, no obstante fue por cumplir mi deber de servir a la Patria y no por –como se ha estado diciendo, especialmente por el suboficial menor Lagos– ningún tipo de interés en la joven identificada como Carla Muñoz. Así las cosas, mi teniente coronel, no me fue posible seguir sus órdenes hasta el final y pernoctar en el recinto universitario. Tras la marcha fui conducido al retén de Carabineros # de la comuna de Santiago, desde donde redacto esta misiva que le haré llegar ahora mismo y gracias a la que espero usted me ayude a solucionar el problema.

Sinceramente suyo y a la expectativa,

Juan Vera.