* EN LA REVISTA ERCILLA -LA ANTIGUA, LA DE LOS años 50– el presidente Carlos Ibáñez del Campo era simplemente CIC. Como para los norteamericanos Roosevelt era FDR y Kennedy sería JFK. La utilización de la sigla aparecía como un atisbo de pragmatismo moderno, de agilidad industrial y de informalidad en un medio político y social que se caracterizaba por bastante menos que eso. En Ercilla el año 1958 apareció la sección “Personaje al trasluz”. La novedad consistía en un cuestionario ingenioso a personalidades nacionales en una época sin televisión y con elevadas tasas de analfabetismo. Ser “conocido” o relevante, por lo tanto, era serlo en una elite pequeña, santiaguina y algo claustrofóbica que comenzaba a mostrarse a través de la prensa. Lenka Franulic y Darío Carmona eran los encargados de escribir todas las semanas “Personaje al trasluz” que se inició con entrevistas a matrimonios reconocidos. En un esquema de ellas contra ellos en el que se trataban asuntos públicos y domésticos. Todo mezclado, como un síntoma de que tal vez en ese entonces ambas esferas estaban lejos de ser ámbitos distantes. El matrimonio formado por Marta Rivas y Rafael Agustín Gumucio estuvo entre los primeros en ser requeridos para la novedad periodística que se podía definir de la siguiente manera: preguntas y respuestas.

Estas fueron algunas de las respuestas que la pareja Gumucio Rivas dio para la revista del 29 de enero de 1958.

Pregunta Lenka Franulic: ¿A qué personajes reuniría usted para pasar el week end más divertido del año?

Responde Marta Rivas: A Ingrid Bergman, Graham Greene, Albert Camus, Pablo Casals, Manuel Rojas, González Vera, Darío Carmona, a los esposos Miller (Arthur y Marilyn) y a Laurence Olivier.

Pregunta: ¿Cuál ha sido la mujer más nefasta de la historia?

Respuesta: Juana la Loca, propiciadora de los lutos largos.

Pregunta: ¿Qué secciones lee más frecuentemente en la prensa?

Responde Rafael Gumucio: Indiscreta pregunta para un político. Leo todas las políticas, especialmente los comentarios de Hernández Parker, que a decir verdad hasta este momento no me han sulfurado, lo que significaría según él que yo soy un político sin alma de “vedette”. Leo también el comentario político de El diario ilustrado, por un espíritu masoquista irrefrenable.

Pregunta: ¿Qué suplicios contemporáneos introduciría al infierno para modernizarlo?

Respuesta: La creación de un Tribunal Calificador de Condenados donde éstos tuvieran que sufrir toda una tramitación burocrática, desde una oficina de partes hasta una jurídica teniendo certeza de que siempre el fallo les será adverso. Podría formar parte del Tribunal, en comisión con goce de sueldo, algún político que pudiera estar en el cielo, como el senador Coloma.

Al poco tiempo a la revista Ercilla se le acabaron los matrimonios entrevistables y continuaron con personajes de distintos ámbitos independientemente de sus relaciones de pareja. Siempre en un tono liviano, ingenioso y poco conflictivo.

En 1958 Raquel Correa estaba en su penúltimo año de carrera en la Universidad de Chile, en la única escuela de periodismo que existía hasta el momento. Lenka Franulic era una de sus profesoras. Cada semana la estudiante compraba la Ercilla para leer “Personaje al trasluz”, su sección favorita y el único referente de entrevistas que tuvo hasta ese momento.

En dos décadas la multiplicación de voces se ha transformado en un zumbido que de cierta manera ha diluido el género en una sobreexplotación de personajes públicos. Se piden, se conceden, se publican y se transmiten entrevistas como nunca antes: ministros en el matinal, empresarios en el noticiero central, artistas del talento incógnito en el diario, modelos de discoteque en la tertulia de farándula, futbolistas balbuceando sus logros en prime time, la neointeligencia emergente en la revista para poderosos.

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En el Chile de 1969 poco más del diez por ciento de los hogares contaba con televisión. Ese año se inició en Canal 13 el programa político “A esta hora se improvisa”, que se transmitía los domingos. Como contraparte a ese programa Canal 13 creó, los sábados, “Las mujeres también improvisan” que reemplazaba los contertulios de la talla de Julio Martínez y Enrique Campos Menéndez por periodistas mujeres. Raquel Correa comenzó allí su carrera en televisión, paralelamente a su trabajo en la revista Vea. Poco después logró su propio programa de entrevistas al mediodía, que de un perfil humano pasó a otro perfil más político (curiosamente, humano y político, para estos efectos, son dos categorías distintas en periodismo). En ese programa, que se transmitía desde la Casa Central de la UC, Raquel Correa entrevistó al ministro del interior del presidente Allende, el general Carlos Prats, quien frente a una pregunta incómoda de la periodista respondió al aire, en vivo y en directo: “Esa pregunta que me hizo no me gusta, yo vine nada más porque somos parientes”. La periodista le respondió: “General, yo lo invité como ministro del Interior y lo acabo de conocer en la puerta de la universidad”.

Este episodio es sintomático no solamente de la tensión política del momento, sino de la relación que establecen o establecían los poderosos en esta sociedad poco acostumbrada a los códigos periodísticos importados del hemisferio norte. Conocerse y reconocerse como una herramienta de sociabilidad, de relacionarse, de establecer límites de autoridad, se cuela hacia esta inesperada manera de comparecer frente a la opinión pública. “Buenas tardes a los señores televisores”, habría dicho Eduardo Frei Montalva en otra oportunidad revelando que la nueva tecnología era un actor desconocido que abría una ventana que pocos dominaban.

El periodista profesional, las técnicas y la tecnología para reproducir y retransmitir lo dicho eran asuntos nuevos. Raquel Correa tuvo su primera grabadora en 1975, la compró en Alemania y tenía terror a que se la quitaran en la aduana. Naturalmente antes tomaba notas, pero ¿existe algo más inútil que tomar notas en un país en el que un entrevistado con un cargo público esgrime que sólo está concediendo la entrevista porque es pariente (lejano) de la entrevistadora? ¿Resistiría un editor la presión de un político poderoso que niegue sus dichos argumentando que aquello que dijo está en la memoria del periodista o, en el mejor de los casos, en su libreta de notas? ¿Qué sería de la libertad de prensa en Chile si no hubiera existido el cassette?

Una década más tarde una entrevista a otro militar se transformaría en una de las piezas más célebres en la carrera de Raquel Correa. El general Alejandro Medina Lois había sido designado rector de la Universidad de Chile. En julio de 1981 la periodista publicó “Golpe a la Cátedra”, una entrevista que comenzaba describiendo las reformas en la decoración que hizo el general en su oficina. Una descripción que valía la pena, pues más que un detalle anecdótico era una metáfora de los tiempos. Sables en los muros y el reemplazo del retrato de Andrés Bello por una foto del propio general Medina lanzándose desde un paracaídas eran parte de la nueva estética. “Para mí esa entrevista fue muy fuerte, porque Andrés Bello era mi tatarabuelo”, recuerda Correa.

La entrevista proliferó en los medios escritos durante los años 80. Desde la revista Qué pasa, hasta la revista Cauce, desde la revista Cosas hasta la Hoy, los personajes políticos, eclesiásticos, gubernamentales en Chile o el exilio hablaban, teorizaban, elucubraban, denunciaban, celebraban, advertían y esperaban. Sobre todo esperaban. Sin embargo una de las entrevistas más recordadas de la década no fue la de un político, sino la que le concedió el cabo Andrés Valenzuela, un desertor de la FACH a Mónica González. Como muchas cosas que sucedieron en esa época ese artículo tuvo un destino inesperado y torcido. La entrevista tuvo lugar en 1984, cuando Valenzuela, alias el Papudo, llegó a la revista Cauce para contar su historia. Sin embargo antes de que se publicara el gobierno implantó el Estado de Sitio y las revistas opositoras fueron silenciadas o requisadas.

La nota de Mónica González no se publicaría sino hasta un año después, en julio de 1985, en una separata celeste y bajo el título de “Yo torturé”. Por primera vez había una descripción de los métodos de tortura desde el lado de los victimarios. De manera pormenorizada Valenzuela Morales recordaba su paso por la Fach. La entrevista, más que una conversación fue una confesión que esperaba por las preguntas adecuadas: “Quiero hablarle sobre cosas que yo hice, desaparecimiento de personas”. Valenzuela contó en esa entrevista su trabajo como centinela primero, y luego como torturador, detallando métodos, formas, situaciones, nombres y fórmulas de desaparición: “Iban comandos con corvo, y antes de tirarlos al mar les abrían el estómago para que no flotaran”, decía entre muchas otras cosas.

– ¿Sabía usted lo que estaba haciendo?
–Sí, me daba cuenta.
– ¿Pero igual lo hizo?
–Tenía que trabajar en alguna cosa.

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En mayo de 1989, en el programa “De Cara Al País”, Roberto Pulido, Lucía Santa Cruz y Raquel Correa entrevistaban a Francisco Javier Errázuriz, empresario y candidato a la presidencia. Raquel Correa recuerda: “El director nos pidió que para incluir una tanda más de comerciales hiciéramos al final una ronda de preguntas simpáticas. Entonces terminábamos la entrevista, íbamos a comerciales y volvíamos con esas preguntas”. Así fue. Raquel Correa sonrió y preguntó:

–Señor Errázuriz, si usted fuera tomado preso por la cantidad de juicios que hay en su contra ¿seguiría como candidato a la presidencia?

Seguramente la idea de pregunta liviana del entonces candidato a la presidencia no era la misma que la de Correa.

“Se enojó, gritó, armó un escándalo, llegó la señora, la hija, todos lloraban, fue espantoso”. En cosa de días, Lucía Santa Cruz y Raquel Correa dejaban su papel de entrevistadoras del programa que marcó el retorno del debate público en televisión.

Claudia Álamo estudió periodismo en Argentina, en donde “la elite está preparada para un periodismo frontal”. Entrevistar en Chile tiene sus lógicas y sus rituales. El primero es el del lugar que ocupa la profesión de periodista en el imaginario del poderoso, cualquiera sea la fuente de su poder. Faride Zerán recuerda una entrevista al científico Claudio Bunster en La Época: “Esa entrevista la peleamos palmo a palmo no en términos personales sino profesionales. Había una suerte de desprecio de parte de Claudio hacia su interlocutora, en tanto periodista”.

A veces un oficio a medio camino de las relaciones públicas; a veces una profesión de segunda línea o un cajón de sastre mental que hasta hace unas generaciones tenía como fuente principal los comunicados de la Secretaría General de Gobierno. Una idea que también se vincula con los escalones que se deben subir para llegar a ser entrevistador y no sólo reportero. En Chile la carrera misma es sumaria, sintética y si el promedio de edad de las redacciones en un diario argentino o español supera las cuatro décadas, en Chile apenas debe llegar a los treinta. “Aunque yo estudié en Buenos Aires mi experiencia como entrevistadora la desarrollé en Chile. Allá trabajé como asistente, mirando. Aquí comencé descaseteándole entrevistas a Mónica González”, recuerda Claudia Álamo.

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El dorado suele ser un símbolo de distinción, un guiño de abundancia, de bienestar y despreocupación. En muchos sentidos los primeros años de la transición en Chile fueron dorados, con borlas de plata y tules de gasa. La ingesta descontrolada de dorado se tomó la escena, sobre todo allí en donde la alegría nunca había dejado de estar: en la televisión. La entrevista grata, la cara amable del género periodístico hecho espectáculo para la pantalla fue un paso más allá de la tertulia de Raúl Matas y mutó en el límite de la evasión, de la suspensión de las ideas, del pasado y, sobre todo, del conflicto. El síntoma más escalofriante de aquellos tiempos tuvo lugar la noche del 11 de julio de 1995, que fue martes. Martes 13. Esa noche Catherine Deneuve, la actriz francesa por antonomasia era entrevistada en directo por Kike Morandé, el hombre del Porsche, el cóctel, la parrillada y de la modelo-accesorio, el hombre ícono de aquello conocido como “la gallada”, que era la nueva manera de interpretar al pueblo o a la gente en clave de audiencia en los nuevos tiempos de prosperidad económica. Lo que hubo esa noche de “Martes 13” no fue una entrevista, sino un equívoco en directo entre dos mundos –el de Deneuve y el de Morandé– que el animador más tarde analizaría en una entrevista concedida a David Ponce en El Mercurio.

“Yo no entendí nada de lo que me contestó y creo que tampoco supo lo que le pregunté. Es como si nos hubiéramos encontrado en Marte”, dijo el animador sobre su entrevistada.

– ¿A qué atribuye eso?

“A que la señora contesta lo que tiene ganas. Venía con la cassette puesta para hablar del Atolón de Mururoa, y a mí el Atolón de Mururoa me da lo mismo. No me entretiene. O que a ella le gusta de director un señor que se llama Demy [se refiere a Jacques Demy de “Los paraguas de Cherburgo”]. Ni idea quién es Demy. Yo voy al cine como tú. Veo “Superman”, “Batman”, “Rambo”, no sé. “Belle de Tour” (sic) no la vi. No tenía plata para ir al teatro cuando la dieron”.

En la entrevista Morandé daba cuenta del ánimo de los tiempos y del nuevo escenario nacional al que se enfrentaba la idea de “entrevista televisiva” en ese limbo llamado transición, iniciado a fines de los ochenta. La entrevista ya no se leía, sino que se sintonizaba, como todo lo que sería realmente masivo en adelante y en virtud de todo lo sintonizable debía ser atractiva en el sentido menos disruptor de la palabra. Eran buenos tiempos: el país crecía, nadie hablaba de brecha de ingresos, casi todos de consenso y los dólares llegaban a raudales a los canales más grandes, ¿para qué amargarse?

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“Yo creo que ahora a cualquier cosa le llaman entrevista”, reflexiona Raquel Correa.

En dos décadas la multiplicación de voces se ha transformado en un zumbido que de cierta manera ha diluido el género en una sobreexplotación de personajes públicos. Se piden, se conceden, se publican y se transmiten entrevistas como nunca antes: ministros en el matinal, empresarios en el noticiero central, artistas de talento incógnito en el diario, modelos de discoteque en la tertulia de farándula, futbolistas balbuceando sus logros en prime time, la neointeligencia emergente en la revista para poderosos. Mucha entrevista, medios escasos, lectoría anémica y sintonía mórbida para una sociedad poco acostumbrada a enfrentarse a la autoridad, pero en la que sin embargo cada vez es más frecuente que los poderosos en lugar de indignarse frente a una pregunta incómoda opten por la más astuta de las respuestas: “Agradezco su pregunta”, dicen. Para luego, naturalmente, tratar de salirse con la suya.