Puesto que el prólogo –ficticio– de su primer libro de relatos publicado se aglutina en torno a una pregunta (libro, prólogo y pregunta sobre los cuales volveremos luego), podría comenzar a delinear un perfil sobre Andrés Gallardo Ballacey (1941-2016) y su obra literaria mediante el mismo recurso. Y creo que una interrogante que permitiría introducir la amplitud de sus temas, motivos y rasgos recurrentes sería esta: ¿cómo ingresa la vida a la literatura?

Es alrededor de la pregunta anterior que Andrés Gallardo encontró un problema por examinar, una tendencia a la que oponerse, a la vez que un camino por explorar. Aquel problema fue el vínculo entre lenguaje, vida y representación literaria, y la tendencia narrativa contra la que polemizó fue la literatura criollista, que él llegó a definir como seudorrealismo. Posición que se manifiesta desde sus primeros relatos hasta una de sus últimas entrevistas, concedida a Mario Verdugo y publicada en The Clinic el 18 de febrero de 2016, casi cinco meses antes de su deceso. Justamente allí señala lo siguiente: «La verdad es que la narrativa de acá no ha dejado de ser criollista, por muy moderna que se la crea. Tiene la misma obsesión de hace un siglo por mostrar lo que se presume es la vida real en Chile. Una transparencia muy tramposa, un seudorrealismo. Los personajes de don Mariano Latorre hablaban de ojotas, pero el narrador llegaba al extremo de hablar de “babuchas”».

A partir de esta discordancia expuesta entre palabra y referente, podemos volver sobre el ficcional «Prólogo (del autor)» que abre su primer libro literario publicado, Historia de la literatura y otros cuentos (1982), texto que a la luz de lo señalado aparece como un pequeño programa cifrado de su obra posterior. La interrogante, interpelada a su vez por un amigo del narrador, en torno a la cual se concentra la anécdota y el consiguiente argumento para presentar su singular versión de «literatura sobre la literatura» mediante un retorno a la «vida real», es «si recordaba el primer libro que había golpeado –literariamente– mi pudor». La respuesta del narrador fue Adiós al Séptimo de Línea, elección que agrega otra arista problemática a la ya presentada y condensada en el vínculo entre lenguaje, vida cotidiana y trabajo literario: la transmisión institucional –estatal– de los textos asumidos o impuestos como representativos de una comunidad.

El breve diálogo entre narrador y amigo sigue con una temprana conclusión con respecto al problema examinado: «Mi amigo y yo continuamos hablando sobre la poca relevancia de Adiós al Séptimo de Línea en la literatura hispanoamericana y sobre la influencia de la literatura en la vida común y corriente y sobre la necesidad de vivir la vida como vida y no como literatura y esas cosas». Las dos últimas líneas de este enunciado recorren la obra literaria publicada por Andrés Gallardo desde 1982 en adelante: Cátedras paralelas (1985, reed. 2018), La nueva provincia (1987, reed. 2015), Obituario (1987, nueva ed. 2015), Las estructuras inexorables del parentesco (2000), Tríptico de Cobquecura (2007) y la novela póstuma La ciencia de las mujeres (2019), además de textos dramatúrgicos como Llueve en el sexagésimo quinto aniversario de don Martín Morales y El faro de Tacas, estrenada en agosto de 2015 en la Academia Chilena de la Lengua.

Por cierto que, además de narrador y dramaturgo, Andrés Gallardo fue profesor universitario, investigador en el área de la lingüística y miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua. Se había titulado de profesor de castellano en la Universidad Católica en 1966, y se doctoró en lingüística en la Universidad del Estado de Nueva York en 1980. Su carrera académica la hizo en la Universidad de Concepción, la que llegó a nombrarlo profesor emérito. En 2005 se integró como miembro de número a la Academia Chilena de la Lengua, sustituyendo a otro escritor de un criollismo excéntrico, Francisco Coloane. En esta institución participó activamente en las comisiones de Lexicografía y Gramática. Quienes lo conocieron destacan que era un tipo afable y de buena memoria, que llegaba a recitar extensos pasajes de, por ejemplo, el Quijote. Por su trabajo literario recibió reconocimientos como el Premio Municipal de Arte de Concepción en 1989 y el Premio Regional de Artes Literarias Baldomero Lillo en 2013.

Ver en perspectiva las diversas zonas de trabajo con el lenguaje que transitó hace resaltar una curiosidad, si recordamos una célebre frase que uno de los lingüistas más relevantes del siglo XX, Roman Jakobson, pronunciara a inicios de la década de los sesenta. Me refiero a aquella en la que el estudioso ruso manifestaba que el estudio del lenguaje que olvida la literatura, así como el estudio de la literatura que olvida la teoría del lenguaje, son ambos, por igual, flagrantes anacronismos. Lo curioso sería el hecho de que en la obra literaria de Andrés Gallardo (y quizás algo similar podría señalarse de su obra como lingüista, si pensamos en los objetos de estudio a los que atendió) dicha asociación, que busca restablecer el vínculo entre literatura y estudio del lenguaje, se lleva a cabo mediante la figura del anacronismo, en este caso su retorno paródico a la literatura criollista.

Byt

A propósito de Jakobson, los formalistas rusos, aquel heterogéneo grupo de investigación sobre literatura y lenguaje en el que este se inició, acuñaron un enigmático concepto para referirse a la relación entre lenguaje literario y vida, el de byt, traducido recurrentemente como «ambiente social», y que hace referencia a un conjunto de acciones sociales vinculantes por medio de una relación de tipo lingüístico. Para los formalistas rusos el byt no puede ingresar en la obra literaria si no es por medio del lenguaje, es decir que una situación que trasunta vida no puede transformarse en un hecho literario sin pasar por una instancia de verbalización. A juicio de Andrés Gallardo, las «babuchas» en lugar de «ojotas» o la «pócima» en vez de «chupilca» en Mariano Latorre, figura consular del criollismo, eran claros y «flagrantes» ejemplos de cómo el byt del entorno provinciano del centro y sur de Chile no se consumaba en hecho literario a causa de una problemática elección lingüística. En otros términos, para Gallardo, y para formalistas rusos como Yuri Tyniánov, el contraste entre lo que se dice y lo que significa no es solo un problema semántico, es también un problema vital. En relación con este punto, en la ya citada entrevista Gallardo señaló lo siguiente:

«Puede que sea una cuestión de clase, pero además es un problema de tradición (…) Los que se atrevieron a incorporar el español de Chile fueron los poetas. A los novelistas les cuesta tanto.»

«Puede que sea una cuestión de clase, pero además es un problema de tradición. Es gente que aspira a ser traducida y leída interhispánicamente. Los que se atrevieron a incorporar el español de Chile fueron los poetas. A los novelistas les cuesta tanto. Perdóname, pero Donoso, Bolaño, para qué decir Isabel Allende, son muy asépticos en ese sentido. El punto sería dejar que el español de Chile permeara el flujo de tu propio texto y no sólo el de los personajes. Modestamente, creo que yo lo hago o lo trato de hacer».

El punto sería dejar que el español de Chile permeara el flujo de tu propio texto y no sólo el de los personajes. Si Andrés Gallardo hubiera escrito su propio decálogo sobre el arte de narrar, esta frase pudo haber sido uno de sus enunciados, puesto que constituye una sinécdoque del camino explorado por el autor a partir de su examen de la literatura criollista. A su vez, el flujo del «español de Chile» en la narrativa de Gallardo se encuentra permeado por un (in)flujo irónico. Una teórica de la ironía como Linda Hutcheon propone que este recurso no solo posee una función semántica, basada en el contraste, como en el ejemplo de Mariano Latorre, sino que también posee una función pragmática, que es fundamentalmente evaluativa. El camino narrativo explorado por el escritor y lingüista es profundamente irónico en su querella contra el seudorrealismo criollista y su recuperación de la vida cotidiana en provincia. Para Linda Hutcheon, la función evaluativa de la ironía es, por lo general, de naturaleza peyorativa. Sin embargo, la narrativa de Gallardo se distancia de este juicio, estableciéndose como una de sus excepciones. Con respecto a esto podemos recordar una de las muchas apreciaciones significativas que Adriana Valdés ha realizado en relación con la literatura gallardiana, y en contraste con otro gran escritor que ha revisado, en las últimas décadas, de modo transformador la narrativa sobre las provincias, «donde Marcelo Mellado parodia, Andrés Gallardo par-ama».

La vida común

Ya en Historia de la literatura y otros cuentos hay tres relatos notables que reúnen algunas de las obsesiones y procedimientos más recurrentes en la obra de Gallardo: «Historia de la literatura», «Memorias, antimemorias y la despiadada verdad histórica» y «Deposición». El primero de ellos presenta una estructura de recurrencia y repetición que estereotípica y tradicionalmente fue utilizada para representar la inmovilidad de la vida provinciana. Una esposa, doña Berta, abandona sistemáticamente a su esposo, don Vicente Ramírez de Arellano Vicente, luego que este cae una y otra vez en el vicio del juego y la bebida. Pero después de cada abandono de su esposa para convivir con otro tipo en otra ciudad o pueblo (en un desplazamiento por el territorio que desestabiliza la jerarquía vertical y centralista del país), el protagonista deja el vicio y se lanza a la lectura fervorosa de novelas criollistas, noticia que, al llegar a oídos de doña Berta, la lleva a retornar con su esposo. La secuencia se repite tantas veces como para terminar convirtiendo a don Vicente en el mayor experto sobre este tipo de literatura, lo que lo lleva a escribir la «monumental» Historia del criollismo: de Blest Gana a Droguett y a doña Berta a escribir, subrepticiamente, sus Memorias eróticas, forma de escritura esta última que, a todas luces, deja ingresar con mayor potencia el byt a la literatura.

Es una estructura que aparece como un eco sarcástico en varios momentos de las novelas de Gallardo, como Cátedras paralelas, La nueva provincia o la póstuma La ciencia de las mujeres, y que recientemente ha sido «replicada» e intervenida de modo magistral por Mario Verdugo en muchos de sus textos poéticos.

Expresivo en términos del problema entre lenguaje, vida y representación literaria es el relato «Deposición». Narrado al modo de un informe, cuenta la participación del lingüista Ramón Jorquiera de la S. en un Comando de Defensa Militante del Idioma, en el que confiesa algunos de sus «crímenes», tales como hacerse «caca frente a la casa de un alto funcionario de gobierno que insistía en emplear la expresión “bajo un punto de vista económico”» o matar al canario de una profesora de didáctica que usaba empecinadamente el plural «curriculas», para finalmente justificar su deserción de tal grupo terrorista, lo que incluso lo lleva a abandonar la lengua natal que de manera «violentista» había defendido. El relato puede ser entendido como un ataque mordaz a toda política centralizadora de la lengua, imposibilitante en últimos términos de que la lengua cotidiana permee «el flujo de tu propio texto y no sólo el de los personajes» y también en consonancia con la idea, aunque en palabras de Gallardo es más bien la necesidad, «de vivir la vida como vida y no como literatura y esas cosas».

A propósito de esta última frase, en el prólogo de su primer libro ya citado, justo antes de entregar esta consigna proporciona un cuestionamiento sobre el cual se basa aquella: la duda o vacilación sobre la influencia de la literatura en la vida común y corriente. Un motivo reiterativo en la narrativa gallardiana es, precisamente, el hecho paródico de que textos literarios provoquen un efecto en «la vida común y corriente». Así ocurre con Rojitas, el profesor de teoría literaria protagonista de Cátedras paralelas, que es expulsado de la universidad al ser malinterpretado por las autoridades de la institución un artículo suyo publicado en una revista especializada, todo enmarcado en un soterrado guiño al contexto dictatorial pinochetista. O en pasajes de La nueva provincia, como aquel en que el trío independentista compuesto por Cifuentes, Plasencia y Meneses se enfurecen contra aquel poeta radicado en la capital y que ha renegado de su tierra natal, que ha publicado un poema en que elogia la cordillera de los Andes y despotrica contra la cordillera de la Costa, precisamente uno de los hitos esgrimidos por los separatistas para simbolizar la independencia de Coelemu. O en Tríptico de Cobquecura, novela atravesada por referencias a Pedro Prado, Pablo Neruda, Enrique Lihn o Fidel Sepúlveda, los cuales mediante el modo narrativo se incrustan en «la vida común y corriente» de los personajes.

El impulso irónico de Gallardo por vincular literatura y vida no pudo haber tenido un remate más propiamente gallardiano. Hace un par de años, en medio de los debates que acabaron transformando a Ñuble en región, existió un movimiento en Coelemu para que pasara a ser una provincia dentro de esta región nueva. Uno de los argumentos presentados por esa iniciativa fue La nueva provincia.

En su última entrevista, publicada en La Segunda en abril de 2016, tres meses antes de su muerte, dijo: «Me gustaría ser recordado como un escritor que hizo un par de novelitas con las que se puede pasar bien leyéndolas». Si bien Cátedras paralelas y La nueva provincia sobresalen de su corpus narrativo y desbordan ese deseo, sus libros restantes no dejan de ser recomendables si se busca leer literatura sobre literatura bajo cuya escritura se revela vida común y corriente.