Usaba unos cuadernos escolares marca Torre como agenda, borrador y también para apuntar posibles creaciones literarias. Al inicio de uno de sus últimos cuadernos anota:

Nombre: Alfonso Alcalde
Carnet: 1.662.797-6
Dirección: M. Montt 1065, Tomé
Asignatura: Escribir / Conversar / Sobrevivir a pesar de todo

El poeta, narrador, periodista, cronista y dramaturgo está cerca de la decisión final: pronto se suicidará, ahorcándose con su cinturón, en una pensión de la ciudad de Tomé, en el sur de Chile.

El autor de más de treinta libros y una vida errante, de un poemario monumental como El panorama ante nosotros, cronista de vidas marginales registradas en cuentos como «El auriga Tristán Cardenilla», creador de la colección Nosotros los Chilenos, de Quimantú, en sus últimos años estaba casi ciego producto de un glaucoma. Por entonces, especula ante una posibilidad que lo ayudaría. «Unos amigos están tramitando mi “jubilación”, porque tengo más de 65 años, no tengo imposiciones…», le escribe en una carta a una amiga llamada Dalma.

El narrador se esfuerza en no rendirse. Sigue inventando proyectos que puedan generar una entrada económica. Quien apuntó «sobrevivir a pesar de todo» vuelve sobre su obra para que renazca. Así es como proyecta una antología poética, la publicación de la novela autobiográfica inédita Con mis propios ojos y un libro de comidas de la región para Sernatur, que quizás pensó como una secuela de su famoso Comidas y bebidas de Chile. Y entre las hojas hay versos sueltos: «Soy cuando quiero morir y no» y «Padre Nuestro que estás en el cielo / Padre Nuestro que ya no estás en el cielo».

En el cuaderno del escritor desesperado hay una hora para un escáner y para ver a un neurólogo. En el borde de una página, quien a los 26 años recibió elogios y un prólogo de Pablo Neruda a su primer poemario, Balada para la ciudad muerta (1947), edición que en su mayoría quemó, señala:

«Nadie llama, nadie escribe».

Y frente a esas ausencias hay anotaciones prácticas: «$12.000 comida. $2.000 parafina. Compré bufanda. Mandé a arreglar máquina de escribir». Además de una versión del poema El tigre, de William Blake: «Tigre multiplicado ardiendo en la selva de la noche».

Hacia el final de ese cuaderno Alcalde escribe: «¿Cuánto vale una pieza en el otro hotel?».

Se había casado cinco veces, tuvo seis hijos, a la par de sus labores literarias trabajó en periodismo buscando alternativas, vivió el exilio en Europa. A su regreso, aparecía en los 80, locuaz y sonriente, en el programa de televisión Sábados Gigantes, narrando casos policiales o anécdotas sobre los diversos oficios que ejerció en su juventud. Pero ahora estaba solo. El autor de estilo versátil, que mezclaba géneros literarios, creador del fotorreportaje biográfico Marilyn Monroe que estás en el cielo (1972), bebía más de la cuenta y «la galaxia de Tomé», como llamaba al lugar que había sido inspiración y refugio, ya era una espesa bruma cada vez más oscura en el horizonte.

Había llovido tres días seguidos en Tomé cuando Alfonso Alcalde decidió terminar con su vida, el martes 5 de mayo de 1992. Tenía setenta años. En el basurero de la pieza de la pensión que arrendaba dejó una carta. Era para su familia. Estaba rota en 64 pedazos.

También dejó un material valioso, que más tarde fue reunido en seis cajas con carpetas, cartas, fotos, cuadernos, manuscritos (poemas, crónicas, guiones, canciones), proyectos de trabajos por encargo y su «Curriculum crítico», de más de 130 páginas, que su última mujer, Ceidy Uschinsky, clasificó y mantuvo en su poder. Ella murió de cáncer en 2001 e Hilario Alcalde, uno de sus hijos con el narrador, se hizo cargo de la obra del padre. Todo ese legado fue entregado en 2018 al Archivo del Escritor, de la Biblioteca Nacional de Chile. Allí están las huellas de su escritura, las correcciones y observaciones, las tachaduras y obsesiones de un narrador brillante y desmesurado.

 

De la épica sureña al grafiti

Nacido hace un siglo, el 28 de septiembre de 1921, Alfonso Alcalde Ferrer dejó las pistas de su biografía y obra en su archivo, en documentos como «Textos inéditos», donde detalla y reelabora sus títulos. También en «Curriculum crítico». Allí reunió recortes de prensa y enumeró cada aparición sobre sus libros de los años 60 y 70, cuando produjo el grueso de su obra literaria, y labores vinculadas al mundo editorial y periodístico. Es la evidencia de su legado y de quienes le dedicaron comentarios, como Yerko Moretic, Jaime Concha, Floridor Pérez, Hernán Lavín Cerda e Ignacio Valente.

El solitario de la literatura chilena recibió siempre buenos comentarios de sus pares y de la crítica. «Con Ángel Rama puedo testimoniar que Alcalde es la nueva voz genial de la poesía chilena», dijo Carlos Droguett. «Pisando el terreno propio de maestros, comparte mano a mano junto a Manuel Rojas o a José Donoso hondura, belleza y verdad literaria», escribió Gonzalo Rojas. Mientras, Jaime Concha destacó la descripción en su obra de personajes marginales, «el lumpen y los trabajadores del circo», que permite «mostrarnos las huellas secretas de los individuos».

«Nací en Punta Arenas. Mi padre era español, riojano. Santiago no le gustó, se resbaló al sur, recaló en Punta Arenas, allá puso fábrica de zapatos», dijo Alfonso Alcalde en La Prensa Austral, donde habla de Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, su segundo poemario, de 1958. También alude a su debut literario, prologado por Neruda, Balada para la ciudad muerta. «Cuando apareció el libro compré varios chuicos de vino, invité a mis amigos y, después de festejarlo, quemé toda la edición. (…) Al quemarlo nació la idea de El panorama ante nosotros, el libro que ya no me abandonaría más».

Antes de los libros estuvo el viaje y la aventura. A los once años dejó Punta Arenas y el tedio que le produjo el Colegio Inglés. Entonces viajó a Santiago. Luego, con su padre salió por primera vez de Chile rumbo al Chaco, en Argentina. Uno de sus primeros trabajos fue de vendedor de zapatos. Ya con dieciocho años comenzó un recorrido solitario por Latinoamérica. Fue panadero en Buenos Aires, se dedicó a vender urnas y fue cuervo de pompas fúnebres en Argentina y Venezuela, ayudante de carpintero en las minas de estaño de Potosí, traficante de caballos en Mato Grosso, nochero en un motel, mozo de restorán, cuidador de plaza y de animales de un circo, ayudante de payaso y de la mujer de goma…

Un día volvió a Chile y se instaló en el sur, en Los Morros de Coliumo. «Me fui a vivir a los alrededores de Concepción porque pensé que reunía todas las cualidades para escribir un poema épico», comentó en referencia a El panorama ante nosotros. Proyectaba este poemario en cuatro tomos. Contó que el primer tomo del manuscrito tenía 1.379 páginas y que pesaba catorce kilos. Finalmente, el poemario se publicó en la editorial Nascimento, en 1969. Era solo el primer volumen, de 350 páginas, titulado El arado de cinco dedos.

En sus páginas, Alcalde cita versos aimaras, a Baudelaire, una carta de Carlos V, fragmentos de crónicas del siglo XIX, la Biblia, para luego
dar paso a sus extensos poemas, protagonizados por personajes típicos del sur y por el paisaje lluvioso, como si fuese recolector de un mundo a punto de desaparecer.

Antes nos caía el tiempo
como una brasa ardiendo:
éramos al parecer
de otros materiales
y recordemos la ocasión
cuando llegó el ciclón
y levantó los techos
inflando las polleras,
crispando el plumaje de las aves,
aventando agitadas ancianas,
poniendo alas a los animales,
haciendo volar vacas, perros
ovillados, pájaros en su vuelo
inundados.

En el basurero de la pieza de la pensión que arrendaba dejó una carta. Era para su familia. Estaba rota en 64 pedazos.

«El panorama ante nosotros era un proyecto demencial, en parte caracterizado por su pretensión de infinitud», dice el escritor Cristian Geisse, quien en estos años ha estado a cargo del rescate de la obra de Alcalde. Sobre su gran proyecto literario, «lo describe en diferentes lugares y en alguna ocasión menciona que en él iba a estar prácticamente todo lo que escribía. En el fondo, creo que fue lo que él por más de veinte años consideró su obra. Hablaba de incluir ensayos, relatos, obras de teatro, incluso un estudio sobre la épica. Pienso que iba derecho a concretarlo, pero le ganó la desmesura».

Debía seguir sobreviviendo. En su «Curriculum crítico» pega un recorte de diario. «Vivir en Coliumo», una breve entrevista de 1969 de Lucía Gevert, quien cuenta que los pescadores esperan la llegada del escritor cuando sale de la ciudad. «Los pescadores de Coliumo esperan con ansias la vuelta de su amigo. Sabían que había ido a Santiago y traería algo que contar». Luego anota: «Junto a él, su compañera Ceidy, comparten las limitaciones económicas a que los someten sus entradas como periodista del diario El Sur, donde ejerce en el suplemento dominical y de diagramador. La realidad los presiona, los problemas domésticos son abrumadores, en el presupuesto del mes se incluye la cuenta del agua, luz, gas, arriendo y papel para escribir».

«Alfonso siempre fue lo más importante en casa. Tanto así que mi madre en algún momento decidió que su prioridad era que Alfonso escribiera. Jamás hizo una fiesta en casa, porque el poeta estaba escribiendo, jamás tuvimos una convivencia que pudiera perturbar la escritura de Alfonso. Había que cuidar que él pudiera hacerlo porque era la forma que nosotros pudiéramos comer», comenta Hilario Alcalde, el hijo a quien está dedicado Las aventuras de El Salustio y El Trúbico, impreso en 1973 en la colección Minilibros de Quimantú, con una tirada de 50.000 ejemplares: «Para ti, Hilario, esperando que cuando seas grande te sigas riendo de todo, igual que ahora».

En estos relatos narra las peripecias de dos personajes populares, buscavidas y dicharacheros, el Salustio y el Trúbico, con un lenguaje también popular. «El pueblo es como una cebolla: esconde, guarda», afirmó Alcalde. «Cada vez que te acercas más a ellos descubres un nuevo mundo, cada vez otro más pequeño», agregó el narrador en una entrevista del diario El Sur.

Ahora Hilario, en días de pandemia, rememora el proceso de escritura de su padre. «Para él, el mundo se detenía. Se levantaba muy temprano, escribía en su máquina antigua con solo dos dedos, y en algún momento a su máquina de escribir la lustraba y le hacía cariño. Yo siempre me levantaba y él estaba escribiendo. Era tremendamente metódico, corregía una y otra vez cada uno de sus textos. Luego marcaba, subrayaba, volvía a rayar. Era obsesivo y no solamente con cómo él escribía, sino con cómo el mundo debería escribir. Era complejo, enredaba para después desenredar».

A principios de la década del 70 Alcalde se refirió a su producción literaria. «Creo que el subdesarrollo cultural crea la desmesura. Y ese fue el caso mío, es decir el de un hombre completamente desmesurado, que lleva cincuenta y ocho libros escritos, catorce de ellos publicados». ¿Habrá escrito más de cincuenta libros? En su archivo hay un volumen desconocido que se titula «Grafitis». Más de cien páginas con frases de múltiples temáticas separadas por el signo &.

Llegará el día en que nos descontarán las horas que hemos pasado despiertos.
&
Un punto final duele más que una bofetada.
&
Noticia de última hora: ¡Dios se pasó al enemigo!
&
Los ancianos viven ilusionados con la esperanza de ser cada día más viejos.
&
No hay peor suicida que el que no quiere morir.

Algunas frases parecen chistes y otras aforismos. Las páginas se complementan con ilustraciones del «Shuto», Juan Sebastián Alcalde, hijo del escritor fallecido en Roma, en 1999. ¿Qué era «Grafitis»? El autor dejó una explicación en Textos inéditos: «Trucos de la imaginación, trampas de la fantasía, sentencias irrisorias, axiomas absurdos, inmoralidades del conocimiento».

«Siempre me ha sorprendido el hecho de que nunca dejó de experimentar», comenta Cristian Geisse, quien ha estudiado la obra y la vida de Alcalde. «Podemos hablar de surrealismo popular, realismo grotesco, miserabilismo, pero en el fondo es grato entender que podemos hablar de un estilo alcaldiano que tiene muchas características, pero que tienen como centro la experimentación», agrega el autor de Pobres diablos.

También hizo crónica de viajes y de costumbres. «Escribir una guía gastronómica de Chile es un desafío tan vasto como hacer un censo», apuntó en Comidas y bebidas de Chile, una crónica que le dio reconocimiento y la posibilidad de viajar y describir minuciosamente las costumbres culinarias del Chile profundo en los años de la Unidad Popular.

Con los años, intentó borrar los límites de los géneros literarios. En El panorama ante nosotros quiso escribir una crónica en versos sobre Concepción y los pueblos aledaños. En sus cuentos de Alegría provisoria hay apariencia de montajes teatrales. Y durante gran parte de los 80 se embarcó en una particular biografía que tituló Redescubrimiento de Neruda (que publicó parcialmente en la revista La Bicicleta), cuyas versiones permanecen en la Biblioteca Nacional. Al proyecto también lo llamó Neruda 1001. El texto reconstruye al Nobel con fragmentos de entrevistas suyas, de compañeros de colegio, familiares y de autores como Julio Cortázar, Rafael Alberti, José Santos González Vera, José Donoso y Margarita Aguirre.

«El pueblo es como una cebolla: esconde, guarda», afirmó Alcalde.

Un cancionero para nadie

«Soy amigo de los campesinos, de los pescadores, soy uno más en muchas chicherías de Tomé, estoy en todas partes. Me alejé de los corrillos y pelambrillos y he pagado mi pecado. Soy un solitario de la literatura chilena», respondió cuando le preguntaron sobre su vínculo con otros escritores.

Cristian Geisse comenta sobre la relación del autor con su generación: «Yo sé que no le gustaba hablar de literatura o que la evitaba. Y que de distintas maneras se alejó de círculos literarios o camarillas. Sí sé que era muy amigo de Carlos Droguett y que a Pablo de Rokha lo consideraba un padre». Además cree que las nuevas generaciones sí se han interesado en leer a Alcalde: «Gente como Leonardo Sanhueza, Óscar Barrientos, Mario Verdugo, Cristóbal Gaete, Daniel Hidalgo y Diego Zúñiga, por mencionarte a algunos escritores de obras disímiles, lo tienen en alta consideración. Y por el hecho de haber vivido de diferentes maneras marginado, los jóvenes llegan constantemente a su trabajo».

«Me he casado cinco veces. De modo que no sé nada de amor.» El artista, quien estuvo casado con Juana Briones, Marta Uribe, Violeta Serey, Teresa Reyes y Ceidy Uschinsky, era un romántico que también escribió canciones que permanecen desconocidas para la gran mayoría de sus lectores. Elaboró un cancionero que se titula «Déjame enamorarme contigo». Está fechado en 1990, tiene 127 páginas. La canción inicial se llama «Tanto que me olvidas».

Tanto te sufrí
para que me perdonaras
tanta ausencia que me diste
para estar contigo siempre.

Tanta ternura que es de nadie
para aprisionarme.
Tanto viaje en que te vas
para llegar partiendo.

Tanto que me olvidas
como si no estuviera,
tanto que me llamas
para que no te escuche.

«Lo que importa es lo cotidiano»

En la vida del poeta errante llegó el golpe de Estado y los proyectos de Quimantú y los viajes cambiaron de rumbo. A fines del 73 se instaló en Argentina junto a Ceidy y sus pequeños hijos Hilario y Salustio. En Buenos Aires trabajó en la editorial Crisis. Publicó Toda Violeta Parra y Salvador Allende, un perfil del Presidente muerto en La Moneda. Luego comenzó el exilio. En 1974, Alcalde y su familia se trasladaron a Rumania.

En Bucarest coincidió con el poeta Omar Lara. «Alfonso llegó a Rumania seducido por un presunto amigo que lo llamó, no lo recibió y lo abandonó. Hablo de un rumano, un individuo con poder social y político, que lo dejó librado a su suerte. Acompañé varias veces a Alfonso caminando por las calles nevadas de la ciudad, entrando y saliendo de enormes y agitadas oficinas», recuerda hoy Lara. Sobre la personalidad de Alcalde, Lara cita un viaje que hizo el poeta: «Alfonso era la anécdota del mundo. Recuerdo un viaje que realizó desde Bucarest a Bruselas. Regresó sorprendido por una manifestación de mujeres belgas que protestaban por los pollos que ofrecían en los supermercados, gordos y peligrosos por el exceso de hormonas».

Después de Rumania vivieron en Tel Aviv, en Israel. «La madre de mi madre era una judía muy practicante. Por eso mi madre también era judía. En esa condición solicitaron asilo a Israel», cuenta Hilario Alcalde, y recuerda cuando la familia vivió en un kibutz: «Hicieron una gran labor de contención». El autor publicó en Medio Oriente Así trabajo yo, donde describe el trabajo y la «experiencia humana» de tres inmigrantes en Israel, con el sello de Alcalde: testimonios complementados con fotografías. Luego, en Ibiza, España, el autor vendió productos de artesanía y collages hechos por él. En 1979 regresaron a Chile. Por entonces, le comentó al diario El Sur que en su vida se había cambiado 32 veces de casa y «hecho más de 3.000 maletas».

Cuando volvió al sur, dijo que se había conseguido una beca por un año en el Servicio Mundial Universitario, con sede en Ginebra, para efectuar una investigación que terminaría en la escritura de una crónica sobre Tomé. «Lo que importa es lo cotidiano. Busco los mitos y dichos, los personajes de un mundo que está ubicado entre lo antropológico, sociológico e histórico, entre la literatura y el periodismo», dijo en la prensa, según un recorte de diario sin fecha pegado en su «Curriculum crítico».

 

En los 80 trabajó para el diario La Tercera y la revista Hoy escribiendo una serie de reportajes, y publicó textos reconocidos como Los sicópatas de Viña del Mar sobre los crímenes cometidos por los carabineros Jorge Sagredo y Carlos Topp Collins, condenados a pena de muerte. Alcalde logró reunir más de diez mil fichas de antecedentes. «Con un estilo que le acerca a los maestros del llamado “nuevo periodismo”, como Tom Wolfe, el escritor Alcalde golpeará a la cátedra con revelaciones y conexiones hasta ahora no divulgadas», señaló la prensa en 1983 sobre el título publicado en la serie El Club del Crimen, que llegó a vender noventa mil ejemplares. A la par, producía guiones para Don Francisco y sus programas Sábados Gigantes y Noche de Gigantes, de Canal 13. En su archivo hay evidencia de esos materiales y propuestas. Por ejemplo: «Llegar al estudio solo con el dinero para el regreso y salir con medio millón de pesos» o «Padres arrepentidos que fracasan y regresan después de abandonar a su familia». Y en otra hoja con lápiz azul anota: «El chacal de la trompeta».

Desmesurado e inquieto, el autor no se detiene frente a su máquina. Surgió la propuesta de escribir la biografía de Mario Kreutzberger, Don Francisco, el animador de televisión más famoso de la historia de Chile. Titulado ¿Quién soy?, el libro apareció en 1987 con una tirada de cien mil ejemplares, después de seis meses en que grabaron una serie de conversaciones, además de usar «los cuadernos amarillos», donde el animador escribía sus recuerdos. Con ese material supuestamente hicieron tres libros y el resultado fue ¿Quién soy? «Creo que Mario se dio cuenta de que yo era un intelectual distinto», dijo Alcalde en una entrevista a la revista Apsi en enero de 1988. En su archivo se refiere a una segunda versión de ¿Quién soy?, y luego anota que el trabajo «fue suspendido por falta de tiempo de MK».

Por esos años, y con esa doble vida de guionista y escritor, comenzaba la segunda parte de La consagración de la pobreza, obra teatral cuya escritura había iniciado en los 60. En la prensa anunciaba que la obra tendría 248 personajes. En su archivo anota: «La representación de esta obra se prolonga 27 horas continuas». Finalmente, la obra fue estrenada por el director Andrés Pérez y el Gran Circo Teatro, en octubre de 1995.

«Hace poco me llamó una amiga desde Canadá para decirme que ella tiene la última versión original de La consagración de la pobreza. La obra en un inicio duraba 24 horas, y entiendo que Andrés Pérez la montó en tres horas. Pero resulta que es la sexta vez que me llaman, seis personas distintas, para decirme lo mismo. Todas las versiones dicen “original”. Es algo que no termina», cuenta Hilario Alcalde sobre la pieza teatral más popular de su padre.

Lo mismo sucede con otros materiales de su archivo: hay más de una versión. «Trabajaba obsesivamente sus textos hasta deformarlos y a veces hacía varias versiones de un mismo trabajo», corrobora Cristian Geisse.

Comienza el regreso de la democracia en Chile y Alcalde está instalado en Tomé, donde su producción literaria sigue creciendo. Ordena proyectos, pero no se concretan las publicaciones. Entonces le escribe una carta a la agente literaria catalana Carmen Balcells, la más conocida en esa época en el ámbito hispanoamericano, y apunta en su cuaderno la dirección de opciones para sus obras: «Editorial Travesía. Mosquito Editores. Editora Aníbal Pinto (Concepción). Fondo de Cultura Económica de México».

«Yo a él, en el último tiempo, lo eché de la casa», cuenta Hilario. «Alfonso se dedicó mucho más a la literatura que a sus hijos. Y eso cuesta entenderlo para poder perdonar y estar tranquilo. Alfonso tenía otras prioridades en la vida. A mí me escribió unas cartas muy duras, y yo también… Y en el último tiempo, el glaucoma, el copete, la lluvia, los años, el encierro, hicieron su pega».

El escritor está alejado de su familia, vive solo en una pensión. Es 1992 y en uno de sus últimos cuadernos se lee, escrito con letra temblorosa, el nombre de Irene C., «Instituto de Normalización Previsional, Alameda 1373», y aparece un número: «6725959, anexo 207». El poeta espera la aprobación de una jubilación.

El escritor de vida errante se comunica con Don Francisco y el animador le envía dinero. Pero ya es tarde. Alcalde está cansado, triste, escribe la carta destinada a su familia que dejará rota. Se acerca el martes 5 de mayo: el día final. «Estaba con mucha pena. Sus problemas a la vista no le permitían escribir y decía que ya no tenía más sentido la vida», dice Hilario.

Le concedieron una pensión de gracia, pero el cheque llegó dos días después de su muerte.