Acera
Vale tanto como vereda. Al comienzo del ABC, como al final, hay una que te aguarda. Cada ciudad se define en la varia oferta de sus calles, entre las que cada caminante navega a su suerte, construyendo su propia ciudad, que es equivalente a su memoria. Cada ciudad es un idioma y la calle una distinta entonación de sus voces. En español, todos tenemos varios registros verbales, de acuerdo a las ciudades que hemos frecuentado y las calles que hemos fatigado.

Muchedumbre
La muchedumbre es una creación urbana. Tiene su historia pero solo ocurre como presente dilatado, desbordando su tiempo. Representa la incertidumbre del futuro, cuyas sanciones disputa. Las calles se despliegan en avenidas que a su vez se abren en plazas al paso de la multitud. Viene de ayer, demora el ahora, avecina el porvenir.

París
Walter Benjamín vio en los letreros y señales de las calles de Berlín el comienzo de un nuevo lenguaje: la construcción de la memoria moderna. Entendió que el paseante de la París de Baudelaire recorría los bulevares como el consumidor privilegiado por la mercancía de lo nuevo. La muchedumbre que había tomado la Bastilla tomaba ahora las galerías: la mercancía producía la subjetividad y su forma. El poeta Philippe Soupault dijo que el acto surrealista por excelencia era salir a la calle y disparar a la muchedumbre. No imaginó que la muchedumbre parisina sería la de Mayo 68, y ésta tampoco podría haber previsto las hordas feroces del turismo.

México
Esperar en una esquina que cambie la señal del tráfico para cruzar la acera puede ser, en México, un acto ritual. La acera se va llenando de gente hasta que, pronto, una muchedumbre espera que cambie la luz. Cuando la señal cambia y la gente se precipita, uno cree que al llegar a la otra acera la realidad tendría que ser distinta. De pronto, uno forma parte de una tribu fundadora cuya migración llega a tierra firme y otra ciudad nos asombra.

Convergencias
Julio Cortázar soñó que su piso de París daba a una calle de Buenos Aires, y de esa interpolación de dos espacios nació Rayuela. Esa convergencia forma parte de la metodología de la migración. Los que vivimos en el extranjero sabemos que al doblar una esquina podemos dar a otra calle como quien remonta un abismo. Hay ciudades que nos confirman fielmente. Al volver a Barcelona, la memoria de la ciudad va despertando calle tras calle, como si la ciudad reconociera al caminante. Por eso, Rayuela es todo lo que nos queda de París. Al alejarse de las avenidas del turismo, uno termina en las callejuelas de la novela. Y es recuperado por esa arqueología afectiva. Ya Tristram Shandy en una calle parisina ve a una chica que caminaba en la dirección contraria, y se dice a sí mismo que si se mueve para dejarla pasar de pronto choca con ella y terminan hablando, conociéndose, y amándose. La novela, desde sus orígenes, asume la calle como el espacio abierto al diálogo favorable.

Variaciones
Un amigo me contó que en su primer viaje a México esperaba un tren en la estación. Cuando el tren llegó, desembarcó una muchedumbre. Mi amigo se preguntó, incrédulo, cómo era posible que tanta gente hubiese cabido en ese tren. Subió, por fin, pero se encontró con que estaba lleno. Alarmado, entendió que vivía su iniciación en la multitud mexicana. En Nueva York, al volver la mirada, uno advierte, no sin zozobra, que detrás tiene a una muchedumbre colorida y apremiada. Uno apura el paso no por temor a ser arrollado sino por pánico de convertirse en el líder de una nueva secta. Y a cierta edad un caballero no puede cambiar de hábitos. No es casual que en el cine mudo la metáfora social sea la de un hombre que corre perseguido por una multitud de policías iguales.

El poeta de las masas
El título podría corresponder a Victor Hugo o a Walt Whitman, pero en español probablemente corresponde a Pablo Neruda. No solo porque debe haber presidido los recitales más populosos sino porque su poesía, creo yo, se debe a la práctica de la lectura pública. Su público, estudiantil, sindicalista, partidista, esperaba y celebraba una poesía oral, recitativa, salmódica, una suerte de misa laica. Hasta cuando logra ser íntima, esa voz sentenciosa ocurre dentro de la multitud. Nadie le diría a su novia “Me gustas cuando callas”. Pero dicho en un recital es más verosímil: no conversa con una mujer sino con la Musa.

Muchedumbre y escritura
Cuando leí en las memorias de Elías Canetti que se había hecho escritor al vivir de joven la experiencia de la muchedumbre que protesta, entendí, creí entender, que me había ocurrido otro tanto, de estudiante secundario, cuando colaboraba con el diario de mi pueblo, una pequeña bahía de la costa peruana. Una invasión de pobladores en un barrio marginal, estaba siendo desalojada por la policía, y el jefe de redacción me pidió cubrir los hechos. Fui sin saber a quien entrevistar, más curioso que informado. Una muchedumbre de mujeres enfrentaba a gritos a la policía. Creían que si ellas salían a la calle, la policía no cargaría por tratarse de mujeres. Esa fe política en la maternidad era, claro, ilusa porque la policía cargó con furia. De pronto, unas mujeres me rodearon. “Cuenta lo que has visto”, demandaban. Esa viva indignación me conmovió. O tal vez fue el valor que descubría en las palabras. Más tarde, he encontrado que a no pocos escritores les ha ocurrido otro tanto. El dolor o la indignación de quienes César Vallejo llamó “los suaves ofendidos” ha sido su bautizo público en la escritura.

Indignados en Madrid y Santiago
Me tocó, por azar favorable, estar en Madrid el 15 de mayo cuando los jóvenes “indignados” empezaron su extraordinario movimiento de protesta contra el sistema político que les ha tocado. Era evidente para cualquier visitante periódico que los jóvenes españoles estaban siendo marginados por un sistema, con buenas razones, exitoso, pero autocomplaciente. No era difícil advertir que incluso los jóvenes que terminaban una carrera tenían que sobrevivir solicitando becas, en trabajos periódicos en el extranjero, o simplemente emigrando como estudiantes a otro país. Parecía pintoresca pero resultó literal la pancarta de un mitin de profesionales jóvenes, que decía: NO QUEREMOS MÁS BECAS, QUEREMOS TRABAJO. Tal vez decía: una plaza. Por otro lado, la Universidad seguía siendo tradicional (la Universidad es lo último que nos queda del franquismo, me había yo atrevido a decir, aunque es obvio que me refería a aquellas donde continúa la endogamia). Pero, como ha escrito Joaquín Estefanía en El País, estos indignados no son antisistema porque lo que quieren es un puesto de trabajo. Luego, gracias a la Cátedra Roberto Bolaño, de la Universidad Diego Portales, estuve en Santiago de Chile el día de la primera gran manifestación de estudiantes que reclaman una mejor educación para todos. Vi la marcha en la Alameda, vi la muchedumbre protestar alegremente.